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«No me gusta hablar, soy un hombre de pocas palabras». Guillem Rosselló Bordoy empezó su discurso de despedida de esta manera. Tras 42 años al frente del Museu de Mallorca, el arqueólogo dijo ayer adiós a la institución con un acto de homenaje en el que se presentó el libro «Homenatge a Guillem Rosselló Bordoy», un trabajo en el que han trabajado unos 80 colaboradores y amigos. El adiós vino acompañado de la presentación de ocho salas nuevas de protohistorio y mundo clásico.

«Se despide a un hombre que ha pasado las dos terceras partes de su vida dedicándose a escribir y publicar artículos y libros mediante un libro, el regalo más bonito que se le podía hacer», aseguró Damià Pons, conseller de Cultura del Govern. Efectivamente, para el arqueólogo se trataba del mejor homenaje posible, además de un reconocimiento. «He predicado siempre que hay que estudiar, ahora veo que no iba desencaminado», aseguró Rosselló Bordoy, quien afirmó que «un museo nunca está completo» y que, en el futuro, «hay que mantener lo logrado y hacerlo crecer». Lo que no debe suceder, que «desaparezca, disminuya o se marchite».

El recorrido por las nuevas salas empezó en el talayótico antiguo. El arqueólogo explicó a las autoridades el contenido de cada una de las estancias. Tanto Pons como Pere Muñoz, director general de Cultura del Govern, escuchaban con atención las explicaciones, como que el objetivo de las primeras salas era «mostrar las influencias de las culturas púnicas y romanas antes de la conquista» o la procedencia de una acuarela que representaba «el mosaico de Cas Frares», según Rosselló Bordoy.

Los numerosos asistentes también siguieron el mismo camino que las autoridades. Destacó la presencia de arqueólogos como Magdalena Riera o Mateu Riera; el escultor Jaume Mir; Jordi Hernández, director del Museu de Eivissa, y Lluís Plantalamor, director del Museu de Menorca; Pere Llabrés, canónigo del Bisbat, y Ricard Urgell, director del Arxiu del Regne de Mallorca, entre otros.