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Una madre y una hija se acercan a Concha Velasco y le piden un autógrafo. «Me encanta que me pidan autógrafos, no me creo a aquellos que dicen que no les gusta». La actriz se ha transformado en una celestina, en una viuda repleta de vida que busca alegrar la existencia al resto del mundo. Y todo desde el punto de vista de las tablas, de la experiencia. «Me sigue gustando ganar premios y llenar teatros». La actriz está en el Auditòrium desde ayer y hasta el próximo 15 de septiembre con «Hello, Dolly!».

"¿Qué tiene de especial Dolly Gallagher Levy?
"Siempre había dicho que nunca me quedaba con ningún rasgo de los personajes que interpretaba, que qué suerte poder vivir otras vidas. La capacidad de Dolly de improvisar o de envolver a la gente que la rodea se está quedando en mi interior. Quise hacer Dolly porque lo necesitaba de una manera vital. LLevaba demasiado tiempo con el drama «Las manzanas del viernes» de Antonio Gala. Gala fue quien me animó a cambiar.

"¿Por qué lo necesitó?
"Para variar. He permanecido en primer plano porque no soy una actriz encasillada. Puedo ser Mata Hari y, también, Santa Teresa. Me considero una de las artistas más dúctiles.

"La versatilidad debería ser la norma a seguir de todos los actores.
"Sí. Tengo una gran facilidad, una gran necesidad de cambiar de registro. De pequeña me disfrazaba y me miraba en un espejo. Ahora me considero una niña grande que tiene la suerte de disfrazarse cada día ante un público y un auditorio diferente.

"«Hello, Dolly!» es una versión renovada, ¿qué tiene de especial el montaje?
"Se trata de un espectáculo mucho más grande, con un ballet y un coro convertidos en personajes. Es algo vivo, moderno. El problema que nos planteamos al decidir llevarlo a cabo fue la comparación con la película. No tiene nada que ver con el filme. El montaje se estrenó en el año 1962 y, desde entonces, se ha ido quedando pequeño. Nosotros hemos introducido cambios técnicos, le hemos lavado la cara. «Hello, Dolly!» pertenece a aquella época en que se hacían obras a partir de textos clásicos, que se reconvertían en musicales. Después se empezaron a hacer otros sin texto, como «Cats».