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La forma y dimensión con las que Camilo José Cela dio continuidad a su gran pasión, la pintura, en «Papeles de Son Armadans» fue el argumento que Pere A. Serra, presidente editor del Grup Serra, utilizó para dar a conocer la faceta más sensible del Nobel. Pere A. Serra se basó, principalmente, en anécdotas que se apoyaron en experiencias y documentos.

Invitado a participar en el ciclo de conferencias que rinde tributo al desaparecido autor en el Arxiu Municipal de Can Bordils, y acompañado por el catedrático Perfecto Quadrado y la concejal de Cultura Carme Feliu, Serra empezó su discurso recordando las incursiones en la pintura que el escritor realizó durante su juventud. Como curiosidad el editor mostró el primer y único cartel que certifica la exposición que realizó en 1947.

Aunque «de esta primera incursión artística hace ya 70 años» y a pesar de que Cela se centró de lleno en el campo de las letras, «nunca desapareció su pasión por la pintura». Para demostrarlo, Pere A. Serra explicó que en el año 2000 el Nobel realizó una serie de pruebas con dibujos propios para los talleres de grabado 6-A, que dirige Pep Sitjar. El editor recordó que él nunca le pidió «por el resultado de las pruebas». En su opinión, el autor era consciente de sus propias limitaciones en el campo pictórico.

Precisamente la conciencia de esta limitación hizo que el autor ideara una fórmula magistral que le permitió durante toda su trayectoria vital mantener el contacto con el arte. Cela empezó por introducir una serie de artículos en «Papeles de Son Armadans» de críticos de prestigio, como Moreno Galván y Cesáreo Rodríguez Aguilera, entre otros, hasta llegar a Solana, quien «enamoró a Cela con su pintura negra».

La relación que el escritor mantenía con el arte todavía dio un paso más. Serra explicó cómo el Nobel empezó a editar una serie de números especiales, el primero de los cuales dedicó a Miró. «La razón fue la anécdota del cuadro rasgado» y recordó cómo Cela le contó que tenía una obra de Miró que creía auténtica, aunque no lo era. Cuando lo supo, decidió rasgarla y fue entonces cuando el propio Miró pintó sobre esa tela para convertirla en una obra verdadera.