El pintor Pablo Rodríguez Guy (Jaén, 1950) expone «una panorámica
de los cinco últimos años» en la galería Don Quixotte de la calle
Concepción. Formado en la Barcelona predemocrática «de la
contestación estudiantil y cultural», en círculos como el de Rafols
Casamada, su pintura abrazó la estela del informalismo, en el que
fue evolucionando. En Palma cuelga telas, papeles y grabados.
«Sí, en Cataluña me nutrí del informalismo, de artistas como
Tàpies o Zóbel». Su pintura refleja «una preocupación por la
relación entre el ser humano y la naturaleza, un bagaje de
emociones, sentimientos, aspiraciones, ensoñaciones, un contrapunto
entre el caos y la cosmogonía, entre el orden y el desorden, lo que
hace la persona y lo que aporta la naturaleza».
Sus pinturas abstractas, plenas de materia, en ocasiones recogen
símbolos o signos «abstractos con los que intento reflejar el mundo
actual, la tecnología, ese estar enredados en una maraña de cables
y conexiones».
El grabado es un soporte que gusta trabajar a este artista y,
para darle vida, aprovecha «todas las técnicas a mi servicio, que
mezclo, y les saco mucho partido; tengo un taller propio en el que
experimento mucho», asegura. Algunos de los que se pueden ver en
Palma los describe como «muy matéricos, trabajados a sangre y con
resultados pictoricistas». Este pintor, a quien no gusta «lo
políticamente correcto», usa golpes de color «para dar contrastes,
intensidad, que es como veo la vida; me gusta coger el toro por los
cuernos, vivir, expresar».
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