Joan Ponç siempre supo que nunca estaría de moda. Sus pinturas
surrealistas, su preocupación por temas como la transformación o la
muerte conforman la base de su iconografía. La Galeria Mediterrània
expone desde ayer obra gráfica de su última etapa en la que se
puede apreciar sus obsesiones y su visión del arte como acto de
libertad.
La muestra se compone de las series de aguafuertes
«Metamorfosis» e «Hipócrita», ambas datadas del año 1978. La
primera contiene 25 piezas en color y, la segunda, 16. De todos
estos grabados surge un universo animado de multitud de criaturas a
punto de transformarse y a punto de cambiar de especie. Los colores
sepia, grises y marrones de «Metamorfosis», en que cada obra lleva
el nombre de Kafka, se transforman en los azules, rosas, lilas y
amarillos de «Hipócrita». En ambas, se reproducen diferentes seres
que alternan entre lo humano y lo irreal.
Nacido en 1927, el artista realizó sus primeros dibujos a la
edad de 13 años. En 1946 participó en el primer y único número de
la revista «Algol», concebida por Ponç, Joan Brossa, Enric Tormo,
Jordi Mercadé, Francesc Boadella y Arnau Puig, germen de la revista
de vanguardia «Dau al Set», que apareció dos años más tarde. Fue
entonces cuando el pintor se dio cuenta de que el arte significaba
libertad y no una disciplina. Como confesó en sus «Antimemorias»,
publicadas en los setenta, se sentía un Cezanne por más que su obra
no se pareciera en nada con los paisajes del pintor francés. Un
periodo muy importante en su vida fue su estancia durante casi una
década en Brasil, donde partió animado por Brossa. Durante esa
época, el autor enriqueció su plástica con sus primeras
experiencias con el vudú que le permitió, cuando regresó a
Cataluña, intentar dominar la geometría. Un dominio que nunca dejó
de lado sus obsesiones.
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