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Charlotte Moorman y Nam June Paik se conocieron en los años ochenta. Ambos habían recibido una formación clásica y, ambos, buscaban romper con todo lo aprendido. Juntos, crearon performances y abrieron el mundo del arte a la multidisciplinariedad. La galería Joan Guaita Art inaugura esta noche una exposición centrada en el resultado de este encuentro. Moorman vivía por y para el violonchelo y, Paik, componía. Un día, Paik convirtió a Moorman en el conejito de indias de su experimento: unir la música con las artes visuales. «Moorman nunca pensó que existiera ese territorio pero, enseguida, se puso en sus manos», aseguró Mireia Sentis, comisaria de la muestra. El resultado puede verse en fotografías de la violonchelista realizando una performance en la que destruye su instrumento buscando qué sonido se obtenía. «Moorman creía que cualquier sonido, incluido el silencio, era música».

Paik centró su manera de crear en la televisión y en la función que debería realizar. «Trataba la pequeña pantalla como una verdadera extensión de los sentidos, como una ventana hacia la meditación cuyo aparato receptor era la mente». Por eso, la televisión siempre aparece en su obra, incluso en la que realizó junto a Moorman. «Siempre jugaban con los objetos, destrozando y deconstruyendo aquello con lo que se encontraban».

Ambos pertenecieron a la corriente Fluxus, «artistas que trabajaban de tanto en cuanto y que tenían una sensibilidad especial». A esta tendencia le interesaba «cómo se hacía el arte». Se convirtieron en «la primera generación que aceptó la pluralidad de las disciplinas» y, también, en la primera que creía que la paternidad del arte «pertenecía al grupo y no sólo al individuo». Tenían cierta semejanza con el movimiento dadá, sobre todo en «el humor y en utilizar materiales baratos en sus piezas», entre otras cosas. «Fue una generación muy participativa» que «no se dejaba influir por el miedo». De ahí sus múltiples trabajos juntos, arriesgándose, si era necesario, hasta el límite.