Algunos le recordarán por su faceta de dibujante y guionista de
historietas en los ochenta, en la movida madrileña. Pero su
trayectoria es mucho más amplia porque Javier de Juan es un artista
contemporáneo con tanta obra como para inaugurar la próxima semana
en el Solleric una retrospectiva de los últimos 10 años, con
pinturas e instalaciones, piezas de 1992 a los últimos cuadros que
acaba de presentar en Arco con la galería Max Estrella.
-La exposición se titula «Paraísos artificiales» y,
entre otros aspectos, habla del viaje, presente en toda su
obra.
-Empieza en 1992 con el tema de los viajes
específicamente. Es el viaje considerado en sí mismo; no importa a
dónde vas, es el propio viaje. Por ejemplo, cuando haces un viaje
largo en coche, éste se convierte en tu casa, te reconoces en él.
En 2000 comienzan los «Paraísos artificiales», que responden a
interrogarte ¿a dónde vamos?, ¿a dónde quiero llegar?. Lo
importante no es el viaje, sino tu actitud. Los paraísos los
fabricas tú, todo menos convertirte en gente triste. Las cajas que
presento son espacios conocidos, como la habitación de estudio, el
bar o el compartimento de un tren, donde hay elementos que
pertenecen a la memoria. Aquí se podrán ver, junto el recorrido de
todo ese discurso.
-¿El viaje como metáfora?
-No, más bien como símbolo, como referentes mentales.
-Y estará el viaje físico, porque es un gran
viajero.
-Después de haber viajado por muchos sitios
creo que el viaje real es mental, los espacios físicos no importan
porque dependen de tu actitud, de tu visión porque puedes ir a la
India y estar igual que en Valdepeñas.
-Al recordarle como uno de los dibujantes de los ochenta
sorprende toda esa obra plástica que mostrará en el
Solleric.
-Lo que sucede es que resulto difícil de
encasillar y por eso hay gente que me califica de francotirador. Yo
no sigo ni modas ni tradiciones y, modestamente, creo que tengo un
mundo propio que quiero desarrollar, y con el tiempo descubres que
es un valor. Lo que hago es contar cosas con el dibujo, la pintura
y el texto, porque la palabra transforma la imagen.
-La palabra está presente en sus cuadros, instalaciones,
objetos... igual que estaba en sus tebeos.
-¡Es que
es lo mismo! Por ejemplo, en esas grandes cajas que pueden verse
como instalaciones de vanguardia hay lo mismo que cuando hacía
tebeos, lo que sucede es que he aprendido a utilizar otros
soportes. Dibujo porque me sale, no reivindico nada y, al final, el
dibujo es algo superválido, pero he tenido que pelear con muchos
prejuicios para que esto se acepte. Se trata de tener un discurso y
acertar cómo lo cuentas. Yo no tengo interés en vivir en los
ochenta.
-¿Qué recuerda del año que pintó en
Sóller?
-Estuve en 1990 y con la obra producida se hizo una exposición en
Madrid, en la galería Moriarty. A Sóller vine como cuando iba a
cualquier otro lugar, Marruecos, Venezuela, Nueva York, en busca de
otra mirada. Un día llené el coche de material para pintar, cogí el
barco y me vine. En Sóller dejaron un palacio que hoy es un hotel
de cinco estrellas. Era una casa llena de fantasmas y me salió una
obra que parecía la quintaesencia de lo español: toros, toreros, y
todo como con aire antiguo. Recuerdo aquella etapa mallorquina con
mucho cariño.
-¿Viajar fue una huida?
-No era viajar, era ir a vivir y a pintar en los sitios. Llega un
momento en que en los lugares se te agota la mirada, y viajar era
buscar unos nuevos ojos. La vida en Madrid resultaba tan fácil,
tenía tantos amigos, que hubiera acabado estancándome. Viajar me ha
salvado.
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