El sol de la tarde les pega de lleno. Pero ellas, nada. Como si
los más de 30 grados a la sombra fueran poco reto. Son unas
trescientas forofas de Bisbal, a las cinco de la tarde, las que
resisten en las inmediaciones del Coliseo Balear. Después llegarían
muchas más. La avenida Gaspar Benàssar, a la altura de una de las
entradas a la Plaza de Toros, es fiel testigo de los interminables
minutos, horas, de estas estoicas jovencitas. Botellas, latas
vacías, bolsas de patatillas, restos de alguna pizza o bocata y
cansancio. Mucho cansancio. Caras adormiladas por la espera
interminable, impacientes por rendirle tributo al ídolo. Hay quien
llega con lo puesto. Otras están muy bien equipadas: neveras
portátiles, sillas de playa, parasoles, un par de tumbonas y alguna
que otra madre o abuela que va y viene tres o cuatro veces al día
para satisfacer alguna necesidad elemental.
Un cuarteto de chavalas -fans de Bisbal «desde el principio»,
según cuentan- cantan sin cesar, una por una, las canciones de los
dos discos editados por el almeriense acompañadas por un equipo
musical en permanente funcionamiento. Dos grupos de chicas tienen
aparcados sus coches sobre la avenida misma y hacen las veces de
casa. Allí dentro se descansa por turnos, se merienda, y se escucha
música. De Bisbal, naturalmente.
Poco chico varón, inmensa mayoría femenina. Se duerme, se
charla, se fuma y se bebe, sobre todo agua. Lola, una chavala de
14, que hace guardia desde el viernes, se pelea con su novio por el
móvil. Discuten lo indiscutible. Su amiga se acerca y escucha
discreta. Ella le quiere, le adora y no le dejaría por nadie. Pero
Bisbal es Bisbal. Y no hay dios que la mueva de allí. Cuando corta
la comunicación, su amiga se le une, incapaces las dos de entender
semejante incomprensión.
Listos siempre hubo, y alguno que otro hace acto de presencia a
la búsqueda de intentar ligar. La oferta es tentadora, claro.
Pero las chicas están en otra. A la espera de lo más importante.
Y si Bisbal las mira durante el concierto, apenas un segundo, será
la coronación. El éxtasis. Por lo menos, hasta que aparezca otro
ídolo que las haga vibrar.
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