El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, Premio Cervantes
de Literatura 1997, falleció anteanoche en Londres a los 75 años a
consecuencia de una septicemia que cogió en un hospital londinense
donde había sido ingresado por la rotura de una cadera, según dijo
su esposa, Miriam Gómez. Cabrera Infante tuvo tres pasiones en su
vida: el cine, el erotismo y La Habana.
Nacido en 1929, en 1941 se trasladó con su familia a La Habana
para estudiar Medicina. Allí empezó a escribir colaboraciones a los
18 años, y a dedicarse a diversos oficios, por lo que abandona sus
estudios.
En 1950 ingresa en la Escuela de Periodismo y desde 1954, y con
el pseudónimo de G. Caín, comenzó a dedicarse a la crítica de cine
en el semanario «Carteles». En 1951 fundó la Cinemateca de Cuba,
que dirigió hasta 1956. Tras el derrocamiento de Batista y la
llegada al poder de Fidel Castro en 1959, fue nombrado agregado
cultural de Cuba en Bruselas. Dijó que aceptó ese destino «porque
no aguantaba estar en La Habana, no soportaba verme convertido en
un apestado, un no persona».
Sus discrepancias con el nuevo régimen cubano y con Castro
aumentaron y llegaron a su culmen en 1968, cuando criticó al
gobierno de La Habana en una entrevista en la revista argentina
«Primera Plana», declaraciones que provocaron una reacción adversa
en Cuba, por lo que fue llamado a consultas. En respuesta a ese
requerimiento abandonó su cargo y pidió asilo político en el Reino
Unido, donde se nacionalizó y fijó su residencia.
En 1960 escribió «Vista del amanecer en el Trópico», en la que
confluyen La Habana nocturna, con viñetas de la violencia en la
época de Batista, y con aspectos de la lucha de los revolucionarios
castristas. Al año siguiente comenzó a escribir «Tres tristes
tigres», su obra más polémica y por la que fue finalista del Premio
Formentor, en 1965, y ganador del Premio Biblioteca Breve, en 1967.
Durante la dictadura de Batista escribió «Así en la paz como en la
guerra», pero el libro no se publicó en Cuba hasta principios de
los sesenta cuando la revolución castrista ya había triunfado.
Actualmente, sus libros están prohibidos en Cuba, pero circulan
clandestinamente. Así ocurre con «La Habana para un infante
difunto» (1979) o «Cuerpos divinos» (1985), autobiográficos.
El erotismo está presente en toda su obra, pero siempre «en
función de la parodia y de la risa, cosa que un autor erótico no
haría nunca», según aseguró en su día. «La Habana para un infante
difunto» es la reconstrucción de la ciudad perdida a través de la
memoria, así como la búsqueda de la mujer perdida o por
encontrar.
Su pasión por el cine le llevó a ser el guionista de «Punto de
fuga» e hizo que se convirtiera en el primer escritor
latinoamericano que llegó a Hollywood. Su trabajo como guionista y
crítico cinematográfico para la prensa británica le permitió
intervenir en la adaptación de la novela «Bajo el volcán», de
Malcom Lowry, llevada a la pantalla por John Huston. A finales de
1990 trabajó en el guión de «La ciudad perdida», en la que se
recrea la vida nocturna de La Habana antes de la llegada de Fidel
Castro, en colaboración con Andy García, proyecto que aún no ha
visto la luz. En 1991 publicó un nuevo libro, «Mea Cuba», en el que
recoge sus escritos políticos. En 1997 presenta «Cine o sardina»,
en el que explica su amor y adicción al Séptimo Arte y comenta las
películas que más le impresionaron. Mientras el exilio cubano
lamentaba ayer su muerte, los medios cubanos, bajo control estatal,
la ignoraron. Los logros literarios pesaron más que las diferencias
políticas en el mundo de las letras iberoamericano. «Era un
escritor muy original y contemporáneo, tenía algo del mundo de
Joyce o del de algunos otros ingleses muy experimentales», dijo el
chileno Jorge Edwards, también Premio Cervantes.
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