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PAQUITA JIMÉNEZ (PARÍS)
«Todo el encanto del viaje es que nos dirijimos a un paraíso perdido». En sus «Falses memòries», Llorenç Villalonga reconocía de esta forma la dificultad de encontrar los lugares, las emociones y las maneras de vivir que había conocido e idealizado cuando visitó París por primera vez en 1929. Desde entonces, han pasado 76 años y para el grupo de mallorquines que está en la capital francesa buscando los pasos del escritor, las señales del paso del tiempo no han pasado desapercibidas.

En la segunda jornada de los paseos de Villalonga en París, viaje organizado por el Consell y la Casa Museu Llorenç Villalonga, el grupo puso rumbo a Notre-Dame. Con toda seguridad, Villalonga no tuvo que hacer cola para acceder al templo y, seguramente, en su interior pudo disfrutar del silencio que propicia la oración, interrumpido hoy por un constante ir y venir de gente y móviles. Utilizando las notas autobiográficas de Villalonga, el grupo recorrió «los lugares donde vivieron mis autores admirados: Anatole France, Marcel Proust...», escribía el mallorquín. En este barrio se encuentra la Rue Bearn, un nombre que esconde un vínculo literario incuestionable con la obra de Villalonga.

El Hotel du Louvre y la plaza des Vosgues son otros de los lugares que evocan el París que conoció el mallorquín. Precisamente, la plaza des Vosgues fue «un lugar muy atractivo para Villalonga, ya que en su arquitectura encontró unos cánones de orden alejados del caos del mundo». Juan Pedro Quiñonero, corresponsal de «ABC» en París, compartió anécdotas con el grupo durante la comida institucional que la casa museo ofreció en el restaurante Palais Royale.