Con su pequeña e inconfundible voz, su semblante sonriente y triste y su inseparable amiga, la guitarra, Toquinho reveló ante un aforo casi al completo que la música popular brasileña, el jazz y la bossa están vivas y gozan de buena salud.
Pero no hubo sólo música en el Auditòrium de Palma el pasado viernes por la noche. También el brasileño tejió un poco de su historia, que va de la mano con el movimiento que a finales de los cincuenta revolucionó la manera de tocar música, de sentir y de actuar. Porqué la bossa nova se introdujo tanto en la moda como en la música, en la plástica como en los medios, en el cine como en lo cotidiano. La bossa fue algo más que la batida de João Gilberto o la rítmica y la poética de Antonio Carlos Jobim. El concepto puede sintetizarse en una palabra llamada atmósfera. Y anteanoche ese concepto estuvo presente en la sala. Y de qué forma.
Toquinho hizo gala de su excelente técnica con el instrumento, pero también contagió emoción, como en el epílogo, con un público entregado al brasileño, que no le dejaba retirarse.
Hasta tres veces tuvo que volver el artista al escenario, con la gente de pie y aplaudiendo sin cesar. Y Toquinho, que sabe lo que es el reconocimiento, brindó un set final para salir a bailar samba y entonar algún poema de Vinicius, una canción pop de Jorge Ben Jor o la romántica y sofisticada música de Tom Jobim. Con el agregado de su invitado especial, el uruguayo Rubén Rada, que abrió la velada y cautivó en menos de una hora a la sala con sus tambores, su candombe, su jazz y su sentido del humor. Todo un acierto por parte de la organización del Jazz Voyeur Festival incluir en el cartel a un tremendo percusionista y cantante como el «Negro» Rada.
Lo mejor, lo emotivo, lo evocativo se produjo cuando con su diminuta voz y su guitarra, Toquinho abrió su show con «Tarde en Itapõa». Sería la primera de una larga saga de bellas canciones, entre las incluyó «Corcovado», en homenaje a Tom Jobim; «Chega de Saudade», guiño para João Gilberto; «Eu sei que voi te amar», de Vinicius; la archi famosa «Garota de Ipanema», de Vinicius y Tom; «Qué Maravilla», de Jorge Ben Jor; o «Berimbau», recordando a su maestro, Badem Powell. «Acuarela», canción que devolvió a Toquinho a los primeros planos, no podía faltar.
Tras el último acorde, fuera del teatro, se escuchaba aquí y allá: «Mira, que cosa más linda, tan llena de gracia».
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