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LAURA MOYÀ

«Luché 25 años contra el franquismo. Sin embargo, la democracia reformada que tenemos ahora es igual de patética que la de aquellos años». Esta situación de cansancio, de darse cuenta que la sociedad en la que se vive no cumple las expectativas previstas, llevó a Antoni Serra a escribir Llarg adéu a la vida. Reflexió sobre la cultura del meu temps, un ensayo en el que analiza la situación que vive hoy el mundo cultural en su sentido antropológico, es decir, «todo aquello que configura una sociedad, desde el turismo hasta la literatura».

La arquitectura y el urbanismo, el mundo literario o el teatral se dan cita en esta reflexión en voz alta que salva a unos pocos (como Alexandre Ballester, Sebastià Bennasar o Antoni Maria Thomàs) por su entrega y «su lucha por conseguir una cultura diferente» y reniega, sobre todo, de los autores «light y blandengues que siguen el modelo norteamericano», centrado en los bestsellers. ¿Cuál es el problema? «Que los buenos creadores no han tenido la proyección y la aceptación que deberían haber conseguido en una sociedad normalizada».

Todavía queda algún reducto que se resiste, que se mantiene en pie, pero «la inmensa mayoría no sigue el camino de la revolución, el principal mecanismo para que una sociedad evolucione». ¿Opta el mundo literario por el camino sencillo? «Escoge aprovecharse de la situación, hacer lo que dictan las editoriales».

En toda esta situación, ¿cuál es el papel del universo político en todo el proceso? «Quieren que exista algo que tenga apariencia de cultura, pero debe ser manipulable. A los políticos no les interesa la crítica. Además, dependen en exclusiva del poder económico».