Los impulsores de 'La utopía cinética' (1955-1975), junto a algunas de las obras (izquierda).

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JAVIER J. DÍAZ

La mente del ser humano está llena de utopías, sueños muy difíciles de cumplir, pero no imposibles. Fantasías que se alejan y se acercan, que parecen moverse incluso en otra dimensión. A las piezas de la exposición La utopía cinética (1955-1975), que se inaugura mañana en el Centre de Cultura Sa Nostra, les pasa algo parecido. Van y vienen a los ojos del espectador. Huyen de la luz. La buscan. Y vuelven a escapar de ella. Piezas hipnóticas y perturbadoras para crear una muestra que nunca deja indiferente a nadie.

Esta corriente nacida tras la II Guerra Mundial dejó miles de obras creadas durante varias décadas con el único objetivo de producir una expresiva ilusión de movimiento, sin moverse del sitio. Sa Nostra recupera ahora piezas de Vasarely, Soto, Le Parc, Bury o Shchöffer, que fueron algunos de los creadores de un arte que decorará las paredes del centro cultural hasta el próximo 27 de enero.

Rosa Ferré, comisaria de la muestra, definió este movimiento artístico como «el primer paso hacia la instalación» y destacó la relación que se establece entre autor y público. «El arte cinético propuso que fuera el espectador el que hiciera la obra, no el autor, lo que significó en aquellos años una ruptura importante en la concepción que se tenía de una obra de arte», apuntó Ferré.

Este movimiento consiguió algo que hasta el momento ninguna corriente había conseguido. «Por primera vez antes del pop art -prosiguió- el arte influye en la vida de la gente y entra en las casas porque consigue reflejar lo más cotidiano».

Frank Marlot, de la Galería Denise René, la que ha aportado todas las obras, destacó el contexto en el que nació este tipo de arte. «Francia estaba destrozada por la II Guerra Mundial, los artistas volvieron al país galo y era un buen momento para que una galería auspiciara el arte cinetico», apuntó.

La muestra, que se desarrolla a lo largo de varias salas del centro, cuenta con un vídeo realizado a base de imágenes de la primera muestra inaugurada en la la galería parisina en los años cincuenta, además de exhibir esculturas de cristal y de metal, éstas últimas influenciadas por la electónica y la cibernética.

Una de las salas, con intensas luces de colores rosas, amarillas y verdes, es para Marlot una «cromosaturación», ya que, según dijo, «la inmaterialidad del color desmaterializa las formas».

Otra de las salas, oscura, muestra como la escultura puede tener luz para que el espectador la interprete.