Concha Buika, ayer en Palma durante la presentación del concierto que ofrecerá en el Jazz Voyeur Festival. Foto: JOSÉ FERNÁNDEZ

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LAURA MOYÀ

Concha Buika nunca suele ponerse nerviosa cuando se sube a un escenario. Ella sólo sube, canta y se va a casa. Sin embargo, el concierto que ofrecerá el próximo 2 de junio en el Teatre Principal dentro del Jazz Voyeur Festival, sí la intranquiliza. «Es la primera vez que actúo de manera oficial en Mallorca desde que dejé la Isla. Es el deseo de todo artista, tocar en su tierra ante sus compañeros. Por eso me emociona, y me pone nerviosa. Es un concierto que recordaré siempre», afirmó ayer la cantante en Palma. Desde la «añoranza» que le produce volver, la artista aseguró que abandonó la Isla «para poder eclosionar». «Cada uno debe preocuparse por su desarrollo en una profesión tan catártica como la música». Pero «no hay que olvidar a tu gente, sólo dejar que te eche de menos». ¿Qué hay de Mallorca en su música? «Nunca me he llevado nada de la Isla porque yo soy Mallorca. Mis maestros están aquí y siempre regreso para recuperar alguna cosa olvidada». ¿Considera que ya ha eclosionado? «Es una actitud que nunca abandonaré».

Concha Buika es como es, no esconde nada ni busca nada ni está interesada en la fama, todo lo contrario, le da «miedo». Su música le ha «permitido huir de las dictaduras emocionales» porque le da la opción de «pensar y funcionar» como la persona que le gustaría ser. «Se trata de una búsqueda más profunda que la del éxito. Estoy educada en un arte orgánico, de agua y de verdades. No me tomo con respeto que alguien me reconozca, me hace gracia. En este aspecto soy muy mallorquina». Su relación con sus trabajos discográficos siempre ha oscilado entre el amor y el odio. Por ejemplo, le debe «mucho conceptualmente» a Mi niña Lola, pero, en el fondo, «no significa nada, es sólo un compacto». «Me debo a mí el ser receptiva a algo tan maravilloso como la canción que da título al álbum». Esas dictaduras emocionales que hicieron que abandonara Mallorca también protagonizan su repertorio. Y su existencia. «Huí hasta que me reconcilié con la rendición. Huía de mí misma, tenía miedo al desamor y a las relaciones de pareja. Ahora ya no me escapo de nada, algo que he conseguido gracias a que me fui. En el fondo, el disco Mi niña Lola se ha convertido en una terapia, mi viaje de vuelta». Y en algo que va más allá: «En el me he atrevido a contar cosas que antes no me atrevía a cantar».

No le interesa interpretar algo concreto, sino hacer desde la libertad lo que quiera. «No me paro a pensar de dónde viene una canción porque no creo en los estilos, como no creo en los sexos ni en las dictaduras del cariño. Las personas creativas deberíamos ser más libres». Por eso nunca se ha propuesto introducir algún ritmo en concreto, como el africano, su raíz. «Sí tengo el concepto de cante africano: canto porque me estoy haciendo un bien a mí misma, a la persona». La artista se embarcará, tras su actuación en la cuarta edición del Jazz Voyeur Festival, en una gira europea que le llevará a países como Italia, Francia o Finlandia, entre otros. Después, a finales de septiembre, cruzará el charco para realizar un tour por Latinoamérica y Estados Unidos y, en febrero, saldrá su tercer álbum. «Las ideas siempre están, las canciones ya existen porque siempre estoy componiendo». Sin embargo, ahora queda lo más difícil: «Seleccionar los temas. Es algo muy divertido, aunque complicado. Siempre he dicho que tú no escoges las canciones, sino todo lo contrario, las canciones te eligen a ti».