Dario Volonté, Giovanna Casolia, Francesc Bonnín,María Carola y Enrico Turco. Foto: JAUME MOREY

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L.MOYÀ

Para Giovanna Casolla, Turandot en la obra, la actitud de la princesa responde a «sus miedos». «Es una mujer débil que encierra sus sentimientos tras una barrera. ¿Por qué? Porque una mujer enamorada se vuelve frágil», en palabras de la soprano. La intérprete, que ya actuó en La Misericòrdia en 2003, lleva años poniéndose en la piel de Turandot, rol que le gusta aunque reconoce que, de vez en cuando, le gusta desconectar y apostar por otros papeles. Aún así, siempre encuentra algo nuevo, un matiz desconocido que no había descubierto. «Esta ópera es un descubrimiento continuo, incluso ahora. En el fondo, la música siempre es una búsqueda y no una rutina, esto es muy importante para no aburrirse y continuar adelante».

Una mujer fría, pero a su vez asustada. Un hombre que lo ha perdido todo y que sueña con recuperarlo por sus propios méritos. Un encuentro y un final feliz. La ópera Turandot, de Puccini, reúne todos estos ingredientes y los mezcla en una historia ambientada en China que el compositor no pudo terminar debido a su muerte. Ahora, la obra llega al patio de La Misericòrdia en formato concierto. Incluida dentro de la Temporada d'Òpera de la Fundació Teatre Principal, la pieza se presentará el 29 de junio y el 1 de julio.

«Calaf es el típico hijo de una familia real, lo que hoy en día sería el heredero de una familia de super empresarios, que tiene todo lo que desea», explicó el tenor Darío Volonté, que interpreta el papel del príncipe tártaro. Un día, la mala suerte hace que «lo pierda todo» y decide emprender un camino diferente al de su padre. «Es entonces cuando conoce a Turandot y se enamora». Sin embargo, existe un problema: ella exige que sus pretendientes superen tres pruebas para casarse con alguno de ellos. Si pierden, mueren. «Calaf no tiene miedo a la muerte porque no se juega nada, por eso decide arriesgarse».

Actuar sin escenografía supone aumentar el nivel de exigencia: «Cuando no se tiene que interpretar, sinó sólo cantar, el músico está más concentrado y quieto porque tiene que expresarlo todo a través de un único instrumento, la voz», afirmó Darío Volonté. Además, al dedicarle «un menor esfuerzo físico», el músico «puede dedicarse a ocuparse de los colores y concentrarse en el canto». «Es más placentero». Para Casolla, cantar tiene que ser «como pintar un cuadro». «Hay que dar color a las palabras».