Apenas pasadas las siete y media de la tarde del jueves, la plaza de toros de Palma y sus alrededores bullen. Largas colas y gente por doquier. Una escena que se repetiría hasta el filo de las diez de la noche. Colas y gente por doquier. Nadie se lo quiere perder. Se comenta que alguien ofrece 150 y hasta 200 euros por una entrada en la arena.
Papito y su banda se preparan para salir hacia el escenario montado ad hoc. Una estructura metálica con dos salientes hacia el público que desborda la arena y el tendido. Dos desniveles y las pantallas a los lados. Austeramente decorado con cintas blancas desde el techo de la estructura hasta el piso del tablado. Luces y un sonido que hace temblar.
A la noche le quedan cinco minutos para llegar a las diez y no cabe un alma en el recinto taurino. ¿No era que ya no había más nada para ofrecer? ¿Qué el mito Bosé estaba acabado?
No sólo están las incondicionales, el público que lo sigue desde hace tres décadas. También se le han agregado las nuevas generaciones, en otra camaleónica jugada del artista: reconvertir esas viejas y exitosas canciones, añadiéndoles un toque moderno, un sonido actual y rodeándose en el disco (la excusa para llegar hasta aquí, a Ciutat), de figuras de la talla de Paulina Rubio o Juanes. Son casi diez mil almas las que acompañan cada estrofa de Amante bandido, cuando Papito de 'absolute black' inicia el concierto. El punto de partida para dar paso a la locura, al desborde, al glamour, a la provocación, la nostalgia; el magnetismo resumido en una sola persona.
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