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CARLES DOMÈNEC x BARCELONA

Baltasar Porcel habla en Barcelona de su última novela recostado en un sillón de una de sus casas. La habitación podría ser la de uno de los protagonistas de la historia, el poderoso empresario Ginés Jordi Martigalà, porque en sus paredes hay colgados cuadros de Picasso, Miró y Tàpies, entre otras obras, para el goce del espíritu, que la mayoría sólo pueden ver en los museos. Porcel, al terminar la entrevista, cambia de domicilio en un vagón de la línea verde y transborda en la plaza de Catalunya para tomar un tren cercanías hasta Valldoreix, igual que Pelai Puig Alosa, el otro protagonista, un profesor de instituto de izquierdas que viaja en Metro desde la primera frase de Cada castell i totes les ombres, premio Sant Joan Caixa Sabadell 2008 que publica Edicions 62.

-¿Dónde se sitúa entre los dos personajes de la novela?

-Tengo parte de cada uno. Yo voy mucho en tren de cercanías. Tenía dos coches y los vendí; me compré otro que utilizo sólo para ir a comprar a Sant Cugat. Estoy harto de coches y de cómo conduce la gente. Cada vez voy menos por la ciudad y no voy a ningún acto exceptuando los míos. En ese sentido, soy como Pelai y sobre mi afición al arte soy como Martigalà.

-La mayoría de novelas nacen de una pulsión creativa, de una necesidad. ¿Por qué ha escrito ahora sobre Barcelona?

-La literatura es un producto del subconsciente donde hay cavernas. Vas viviendo, pero dentro hay también una vida interna que se va haciendo. Y vas cumpliendo ciclos: sobre Andratx, sobre Mallorca, sobre Barcelona.

-¿Qué representa Barcelona en relación a sus ciudades favoritas?

-Me gusta Barcelona para trabajar y vivir. Palma me gusta más ahora que antes, pero es mi casa y te divorcias para volver a casarte. Antes iba mucho a Madrid. Barcelona significa 50 años de vivir aquí y trabajar. Mi mujer y mis hijos son de Barcelona, pero me gustan más Roma y París. En Venecia tengo una pequeña casita.

-¿Cómo justifica su actitud de visionario al escribir sobre un derrumbamiento como el que pasó después en el Carmel?

-De una forma muy clara. El creador absorbe el mundo que le rodea, actúa en el subconsciente y plantea enigmas. En Barcelona empezaron a caer casas hace años con los casos de aluminosis en el Turó de la Peira. Estaba todo mal construido. Un día, todo cae. Adivinas una cosa que pasará. El otro día hubo una muerte en el Delta del Ebro muy parecida a lo que cuento.

-También se refiere en el libro a la memoria histórica. ¿Cuál es su opinión sobre el hecho de recuperarla?

-Estoy bastante a favor, pero la memoria histórica es toda. Carrillo era tan horrible como Fraga Iribarne. En toda Europa ha habido guerras civiles y procesos con gente que ha ido a la cárcel, hasta primeros ministros, nazis... Aquí, no. Fraga y Carrillo siguen haciendo gracias en televisión.

-Problemas de la Transición...

-En la Transición se consiguió evitar una guerra, pero muchas cosas quedaron colgadas. España era un país sin consistencia. No se resuelven los problemas internos y Europa no tiene fuerza. Toda esta importancia que se le da a gente como Federico Jiménez Los Santos es propia de un país débil.

-¿Qué significado tiene el símbolo del castillo?

-Es la gran ciudad contemporánea y moderna. La civilización en el siglo XX ha cogido este matiz de gran ciudad y hay unos pocos castillos que son el poder y todo la gran masa que son las sombras. La gente va a la gran ciudad, encuentra trabajo y ocio, y gasta el dinero que gana comprando lo que ha construido trabajando, igual que los pollos de granja.

-¿Cómo afectó la enfermedad del cáncer al curso de la novela?

-La novela estaba empezada ya hace cuatro años. No me gustaba cómo quedaba. Era todo demasiado calculado. Le quería dar vida pero no sabía cómo. La enfermedad cambió mi perspectiva. La lucha por la vida, la visceralidad, la vitalidad, y los personajes cobraron carne, pasiones, ilusiones. La enfermedad vitalizó el libro.

-Un escritor consagrado, una enfermedad grave y una novela importante: ¿Piensa que su obra le sobrevivirá?

-Sí, me condiciona y por supuesto que lo pienso. No tengo ningún interés en vender libros ni en los best sellers. Escribo fundamentalmente para los lectores inteligentes, para la crítica y para la historia de la literatura, no para ganar dinero ni para el éxito. Quiero escribir libros que figuren en la historia de la literatura.

-¿Dónde sitúa el humor en esta novela?

-Es un humor sarcástico e irónico, siempre intencionado.

-Da la sensación de que ha conseguido decir lo que piensa en los actos públicos en los que participa.

-Vivo de decir lo que pienso. Tengo muchos lectores de mi artículo diario que quieren leer lo que digo. A veces no están de acuerdo. Mañana saldrá uno sobre Duran y supongo que no me saludará durante un tiempo. A nivel indirecto, suelo tener reacciones. Hay gente que te hace el vacío.

-¿Por qué apuesta por escribir en catalán estándar?

-Tengo una gran influencia de palabras y expresiones mallorquinas, pero la ortografía no tiene importancia. Es sólo una convención. Hacer dialectalismo no tiene interés. El dialectalismo por sí mismo es como un gorro tirolés. Un inglés, un italiano o un francés escriben en el idioma estándar. Algunos escritores piensan que es más auténtico escribir en la modalidad local, pero a mí no me interesa. Yo quiero hacer un idioma mío dentro de una normativa global para ser inteligible. La gente no lee las rondallas de Alcover porque no las entiende. La escritura es una creación, una sublimación.