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GUDI MORAGUES
Aquel memorable 19 de diciembre de 1992, la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca abrió sus puertas con la Colección Miró, exposición que mostraba más de doscientas pinturas, esculturas, dibujos y grabados del artista, en gran parte inéditos, correspondientes a los años 50, 60 y 70. Junto a la colección, cerca de trescientas obras de autores que tuvieron una estrecha relación con Miró, dejaban constancia del carisma y personalidad del artista catalán, entre ellos Braque, Brassai, Breton, Calder, Cocteau, Chagall, Duchamp, Dupin, Eluard, Giacometti, Kandinsky, Le Corbusier, Matisse, Moore, Picabia, Picasso, Sert...

Giacometti diría: «Miró era la gran libertad. Algo más aéreo, más libre, más ligero de todo cuanto se haya visto. En cierto sentido era absolutamente perfecto. Miró no podía dibujar ni un punto sin hacerlo caer en el punto justo. Era pintor en tal grado que le bastaba con dejar caer tres manchas de color en la tela para que ésta existiese y constituyese un cuadro».

Miró espiritual, Miró gestual, Miró liberal, Miró surreal, Miró intelectual, Miró personal, Miró único en todas sus facetas. Veinticinco años después de su muerte, su estela, inigualable y mil veces imitada, sigue siendo inalcanzable e imponderable. Y la gran influencia de su obra en la historia del arte y en los artistas, tanto en los que compartieron su espacio y su tiempo, como en los no coetáneos, es incontestable.

Sería en 1919 cuando finalmente Miró halla en el París de la posguerra un ambiente abierto a la búsqueda que le interesaba. Miró se adhiere primero al cubismo, luego al dadaísmo y al surrealismo después. Interesado por las teorías de Freud, a través del surrealismo se libera de los lazos