'Paisaje de Mont-Roig' pintado por Joan Miró en 1916 que forma parte del fondo de Es Baluard y procede de la Col·lecció d'Art Serra.

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ANA LARGO/MARIANA DÍAZ

«Los museos están enfermos de exposiciones y se han olvidado de lo importante: la colección permanente». Esta reflexión de Phillipe de Montebello, quien fue director durante treinta años del Metropolitan de Nueva York, ha abierto un debate sobre la programación de los museos y el aumento de las muestras temporales en detrimento de la exhibición y la investigación de su fondo o colección permanente, porque, según la UNESCO, los fines de todo museo, en especial los de carácter público, son la conservación, la investigación y la difusión de su fondo.

Montebello impartió hace unas semanas en Madrid la conferencia inaugural de la primera Cátedra del Museo del Prado en la que, bajo el título El Museo: hoy y mañana, analizó el papel de los museos y sus nuevos retos en el siglo XXI. El pasado domingo, el diario El País sondeaba a diferentes directores de museos españoles y europeos sobre esta cuestión. La mayoría coincide: «Proliferan las exposiciones poco rigurosas y superfluas», exposiciones que persiguen más el fuego de artificio que el disfrute estético, que priman más el efectismo que el contenido.

Este mismo debate se planteó en Mallorca hace sólo unos meses. El programa de exposiciones temporales para 2009 en Es Baluard ha desbancado y arrinconado a la colección permanente hasta finales de año. La exposicioncitis a la que se Sofía Montebello también ha sacudido al que es el corazón de Es Baluard, aun cuando sus estatutos contemplan que es misión de su fundación «sostener, conservar, exponer y promocionar el propio museo y las obras de arte procedentes de la Col·lecció d'Art Serra, así como el resto de obras cedidas por los fundadores». Añade el texto que eso será así «sin perjuicio de las nuevas aportaciones que puedan hacerse en cualquier momento».

Siguiendo esta misma línea, el director del Tate Modern, el valenciano Vicente Todolí, defendió en la información publicada por El País: «Nosotros dedicamos dos terceras partes del museo a la colección permanente y el resto a temporales. Creo que el museo tiene la obligación de realizarlas porque son el resultado del trabajo de investigación de los comisarios». Mientras, Miguel Zugaza, director del Prado, y José Guirao, director de La Casa Encendida, coinciden en que el número de exposiciones es «excesivo». Zugaza subraya que lo importante, sin embargo, es si éstas, además, responden a una verdadera necesidad y recuerda que, «si tradicionalmente era una práctica reservada a los museos, hoy se ha convertido en una auténtica subasta».

«Se hacen demasiadas exposiciones de ocasión, de esas que vienen empaquetadas y se alquilan por una cantidad de dinero. Por el contrario, se hacen muy pocas realmente buenas: originales, rigurosas, atractivas», aporta el conservador jefe de la Fundación Thyssen, Guillermo Solana. Las opiniones difieren entre unos y otros. En cuanto al número de temporales que debe hacer anualmente un museo, Klaus Schöder, de El Albertina de Viena, no pone límites. Tampoco los pone el director de la Fundación Mapfre, Jiménez Burillo, pero distingue entre las que «plantean maneras de ver» o las que «parecen instaladas en en una cierta rutina». La mercantilización de la cultura y el arte centra el discurso del director del Reina Sofia, Manuel Borja-Villel. El problema es «que muchas exposiciones son simplemente banales porque su objetivo final no es la experiencia estética, sino el consumo».