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Sujetos al programa del U Gall Festival Pop, en la madrugada del pasado sábado en el Campo de Fútbol Municipal de Pollença, La oreja de Van Gogh y Celtas Cortos pusieron al día su abultado archivo musical ante un aforo que rondó las 3.000 personas.

Hacia las 22.00 horas, el público fue accediendo a un recinto amenizado por la sesión musical de un DJ, y, alcanzada la medianoche, irrumpió sobre la tarima el quinteto vasco La Oreja de Van Gogh, y no fue hasta bien entrada la madrugada cuando Celtas Cortos hicieran lo propio.

Con o sin Amaia Montero al frente, La Oreja de Van Gogh es como esa araña que, tras años aguardando en el agujero, aún conserva intacta su picadura mortal. Catorce años después de su fundación, el mordisco de los donostiarras sigue siendo tan venenoso como en sus mejores tiempos.

Pero que nadie espere grandes hallazgos en su delimitada gramática expositiva, marcada por los apartados que atañen a las emociones como válvula de escape y espacio donde, quien más quien menos, puede reconocerse espejado.

Aventajados corredores en esa liga que saltea las raíces del pop con el apetitoso dulce del soul, entregaron sus mayores logros ante el público reunido.

En su mejor versión, los pucelanos Celtas Cortos dieron sentido a la vertiente más banal del existencialismo postadolescente, a través de canciones que conectaban con el tránsito hacia la madurez, la nostalgia hacia años pasados y otros temas de menor relieve emocional.

Dos décadas después de su formación, uno de los combos nacionales más poblados -ocho integrantes conforman la banda-, sigue en la carretera aupado a ese folk rock con tintes celtas que tan buenos resultados cosechó en sus orígenes.

Su repaso musical alcanzó estaciones como Haz turismo, Cuéntame un cuento, Tranquilo majete o 20 de abril, esa carta abierta a la nostalgia que busca razones para entender la velocidad de los días y el porqué de unas rutinas vitales dolorosas, enunciando esperanzas de domingo sin confiar demasiado en ellas y sacando a bailar el sentimiento de culpa.