Roig ha impregnado la sala de un tono blanco en lo que define como «un cóctel de sensaciones, una sala de juegos, de placer y de erotismo», explica el artista, cuyas piezas ha venido realizando desde el año 2005, aunque «las considero nuevas ya que al estar todas juntas pierden la identidad cronológica», añade.
El artista ha creado su particular mundo obsesivo con esta exposición. «Soy muy obsesivo, mi cabeza es una máquina de hacer obsesiones y las canalizo a través de mis obras», explica Roig, quien con esta exposición busca la «mirada» del espectador, «que fertilizará su significado».
Todas las esculturas -unos hombres robustos y semidesnudos- son blancas, sacadas del calco a personas reales y una reflexión postmitológica sobre el sentido mismo de la figura humana como última y solitaria presencia. De una de ellas se desprende humo, un elemento con el que pretende crear una atmósfera que indica «que el tiempo no pasa, es un instante que se queda en blanco», explica Roig.
Con los vídeos -alguno de los mismos con imágenes duras y no aptas para mentes sensibles-, la intención del artista es «formar parte de las retinas de otras personas». Además, Roig juega con las posibilidades que le ofrece la sala, que «ha abierto nuevos espacios para conectar la obra a través de sus ventanas y rejas», aportando un ápice de «claustrofobia». «Es un molde lleno de significados», explica Roig sobre su obra. «La sufro, la hago y construyo mi mundo»
«A mi no me gusta mi trabajo, pero lo hago porque si no me moriría», confiesa el artista.
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