El cantante Raphael, en una foto de archivo, lleva más de medio siglo subido a los escenarios. | Iván Franco - EFE - EFE

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Raphael tiene la virtud de llamar a las cosas por su nombre sin apenas despeinarse, al tiempo que avanza entre ciudades y continentes proclamando la segunda juventud en que lleva inmerso desde la edición de Te llevo en el corazón (2010), un triple disco que rinde tributo a la música popular latinoamericana, de la que confiesa «estar enamorado». El jienense trasladará su prolífico catálogo al Auditòrium de Palma el próximo 14 de octubre, a las 22.00.

A sus 68 años, ignora el cese de actividades que según Zapatero debe cumplimentarse como trámite previo a la jubilación, a los 67 años de edad, «hay que ser espléndido hasta el último día, mis fans quieren más y yo deseo dárselo, aún queda Raphael para rato», dice.

Pocos artistas acreditan el talento y la solidez requeridos para liderar una franja artística que supera el medio siglo, «el secreto está en saber reinventarse. No tengo nada que ver con el Raphael que empezó, soy un artista mucho más depurado». Bajo su prominente cabellera yace una memoria atiborrada de recuerdos, que desmiembra con pasión, pero sin nostalgia. «No lo soy, procuro mirar hacia adelante, el artista que mira atrás se queda estancado», comenta.

Raphael fue el embrión de lo que hoy conocemos como artista mediático. Cincuenta y dos años después su sorprendente capacidad para hablar de amor, celos, ausencia, desprecio y superación personal le mantienen aupado al estatus del que fue pionero, «quizá no sea el más indicado para hablar de iconos musicales, el público siempre me ha demostrado una fidelidad a prueba de bombas, tremenda. Me cuesta ver desde la distancia el fenómeno del artista mediático... siempre he sido un mimado de la gente y estoy muy agradecido por ello». Una circunstancia que jamás le ha hecho bajar los brazos. «Para no caer de la cima es necesario luchar las veinticuatro horas del día y nunca creérselo, soy aprendiz de todo y maestro de nada» sentencia. Confiesa que setenta y siete discos después sigue siendo frente al haz de luz donde «más feliz me siento». Aún queda una cuestión por abordar: ¿Cuando desciende los peldaños del escenario, qué separa a Raphael de Rafael Martos? «Absolutamente nada, no tengo nada que esconder».