Foto de la cantante Chavela Vargas. | Redacción Cultura

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La cantante mexicana Chavela Vargas ha fallecido a los 93 años tras sufrir una recaída que no ha podido superar. La afección pulmonar que padecía se ha agravado provocandole problemas respiratorios.

Pionera de la música ranchera, Isabel Vargas Lizano, «La Chamana», falleció en un hospital de la ciudad de Cuernavaca donde fue internada días atrás.

«Silencio, silencio: a partir de hoy las amarguras volverán a ser amargas (...) se ha ido la gran dama Chavela Vargas», publicó la cuenta oficial de la cantante en Twitter, la cual tiene más de 90,000 seguidores.

La voz rota que hizo llorar al mundo entero

Hasta que se apagó la voz rota con la que hizo llorar a millones de personas en todo el mundo, la verdadera patria de Chavela Vargas fue la rebeldía con la que destrozó un tabú detrás de otro y de la que extrajo las fuerzas para seguir en los escenarios hasta el final.

Hasta que esta tarde la muerte vino a buscarla, seguramente con la imagen de la Catrina (una calavera que simboliza la muerte), la artista vivió 93 años llenos de intensidad, en los que dejó más de ochenta discos y canciones interpretadas de un modo inolvidable como «Piensa en mí» o «La Llorona».

El poeta Federico García Lorca fue el motivo de su último regalo al mundo, un disco de poemas que llegó a presentar en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana, pocos días antes de cumplir 93 años de una vida intensa, y a principios de julio en España, un país al que regresó para buscar su alma y en el que actuó por última vez.

Con Lorca hablaba en las noches de luna y en las mañanas con el Chalchi, el hermoso cerro frente a la casa en la que vivió los últimos años de su vida en la localidad de Tepoztlán, en el estado mexicano de Morelos; era chamana, «orgullosamente chamana», decía.

Las perpetuas gafas oscuras, el rostro arado por mil surcos, unas piernas maltrechas que acabaron descansando en silla de ruedas y una garganta que se perdía no consiguieron borrar la rebeldía satisfecha que desplegaba Chavela en cada sonrisa, ni el impacto de mil puñetazos que tenía su lengua.

Esa silla que le impidió caminar en sus últimos años -contó en uno de sus últimos actos públicos- era el tributo que había pagado a los dioses por haber andado tanto.

«La Chavela» brotó en Costa Rica, el 17 de abril de 1919, pero emigró de adolescente a México de después de la Revolución, donde se hizo amante de la pintora Frida Kahlo (1907-1954) -se declaró abiertamente homosexual en 2000- y comenzó a cantar en los años cincuenta.

El primer éxito de su carrera, «Macorina», le agarró en Cuba, adonde había ido para una sola actuación y se quedó dos años. Como tantas otras -"Luz de luna», «La llorona"- la voz de Chavela convirtió el tema en inmortal.

La mujer que bebía y retaba como un hombre -nunca quiso ser damisela en apuros, nada más lejos de su naturaleza- y que se paseaba con pistola, se volvió favorita de los grandes compositores mexicanos.

«Él era el único que me llamaba Isabel», dijo de Agustín Lara, «El Flaco», cuyo legado musical guarda México con celo extremo; de José Alfredo Jiménez tenía como favorita «Las ciudades» y que escribía en cualquier lugar, aunque fuera en el cristal de un coche con pintalabios.

A ambos los lloró y sobrevivió por décadas, convencida de que los dioses se llevan pronto a los buenos y dejan en este mundo a los menos buenos, a pesar de que Chavela hizo durante años méritos para dar con su poncho rojo y sus huesos en brazos de la parca.

Ella, que lucía temeraria en cada actuación como un equilibrista sobre un alambre en las alturas, comenzó a mirar abajo y a sentir auténtico pavor ante el público que la hizo diosa, y se dejó atrapar por el demonio de la botella.

Compró billete de ida para una singladura por el océano del alcohol -llegó a calcular que había bebido unos 40.000 litros de tequila- con escala en cada cantina y destino final en el boulevard de los sueños rotos, abandonada por (casi) todos.

El viaje duró quince años, pero la rebeldía de Chavela la llevó a luchar contra sí misma; y salió del pozo, escalando trabajosamente y ganándose cada bocanada de aire, dejó de beber. Desde entonces, desde 1990, no ha vuelto al trago.

Reapareció en el Teatro Lope de Vega de Sevilla (España), país con el que siempre ha sentido un amor correspondido.

El ave fénix volvió a vestir su poncho rojo y puso su voz al servicio del público de nuevo, con el corazón atemperado por la experiencia, y derritió con sus llamas todos los escenarios, durante más de una década y media.

Aunque se despidió en 2006 de los escenarios, regresó dos años después para ofrecer un último concierto en el Auditorio Nacional de Ciudad de México, en el que logró ovaciones y aplausos, y del que tuvo que retirarse prematuramente por su frágil salud de hierro.

En sus últimos años de vida se dejó escuchar de vez en cuando, cuando sus achaques le dieron tregua; su última aparición tuvo lugar en el 10 de julio pasado en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde ofreció un concierto raro y único del que se despidió con un hasta luego.

Chavela estaba convencida de que su muerte iba a ser dulce. «Así soy yo. Voy a detener mis pasos una mañana temprano, o un atardecer, como quiera, no me cuesta», avisaba en un reciente encuentro con los medios de comunicación en su casa.

Hizo una petición, que la despidan con esa canción popular mexicana que tantas veces cantó e inmortalizó: «Tápame con tu rebozo, Llorona, porque me muero de frío».