Con su incansable optimismo y vitalidad, que le han llevado a crear una obra colorista e «irónica» cargada de simbolismo, el pintor Gustavo (Cartagena, 1939) cumplirá próximamente cincuenta años en el mundo del arte y piensa celebrarlo con una exposición en la Isla, a donde llegó con seis años. Además, participa como coprotagonista en el documental que dirige Toni Bestard sobre la vuelta en camello a Mallorca que protagonizó en los años sesenta junto al periodista Miquel Vidal. Inquieto y muy activo, a veces piensa en crear una fundación, un museo, -«pero mi esposa me dice que no me meta en más líos»-, y cada día trabaja en su estudio.
Resulta difícil resumir la vida y la trayectoria de Gustavo, quien de joven ya se codeaba con Joan Miró: «Vivía cerca de su casa y su mujer, doña Pilar, a veces me pedía que les hiciera recados con mi mobilette». Del genial artista aprendió algún truco: «A tener muchos papeles con colores para no ensuciar la tela, eso también lo hacían Matisse y Kandinsky». Como la conversación con Gustavo transcurre saltando entre una y mil historias, aquí nos cuenta que Matisse fue uno de sus artistas favoritos, «por el color, la composición», y que «en casa de Miró conocí a su hijo, Pierre Matisse, el galerista, y a Calder». Barcelona, París, Bruselas y Berlín fueron ciudades a las que viajó Gustavo en busca de alimento artístico y las dos últimas le dieron mucho más de lo que imaginó. En Bruselas conoció al cantante y compositor Jacques Brel, «mi gurú», dice. Sus canciones críticas fueron su fuente de «inspiración» y confiesa que «a veces todavía necesito volver a ellas». De Brel aprendió a impregnar sus cuadros con una sensibilidad «irónica, que no sarcástica», que ahora vuelca«en los banqueros» porque le parece «más que inhumano y criminal» lo que están haciendo con las personas que sufren desahucios.
Como Gustavo es un artista muy reconocido en Alemania, -allí vivió 20 años, su obra forma parte de numerosas colecciones y hasta dio nombre a un edificio y a un hotel-, le preguntamos por Angela Merkel. «Quiere hacernos correr como si todos fuéramos el ciclista Amstrong, piensa que todos somos como los alemanes y no se da cuenta que hay gente que está tranquila sobre una roca pescando».
De la Mallorca de los sesenta que recorrió en camello «para escribir un libro, en el que yo hacía las ilustraciones», recuerda que «casi era tan triste y gris como Berlín con el muro, aunque cuando llegábamos a las plazas de los pueblos la gente nos recibía con mucho cariño».
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