Josep Lluís Carod-Rovira posó para este periódico minutos previos a la presentación de su libro, ‘La passió italiana’. | M. À. Cañellas

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No quería hablar de política. Pero a lo largo de la entrevista le resulta imposible no hacerlo. Hace año y medio que Josep Lluís Carod-Rovira (Cambrils, 1952) está desvinculado totalmente de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Se considera un ciudadano independiente que mira la política desde la distancia. Con prismáticos. En La passió italiana, su nuevo libro que presentó ayer en Can Alcover (Palma), hace referencia a un viaje personal del autor por la bota de Europa.

—¿Qué explica en ‘La passió italiana'?
—Es prosa memorialista, un cuaderno de libros, prosa lírica y retratos literarios. No es encasillable estrictamente en uno de los géneros clásicos, sino que es una mezcla de siete u ocho libros en uno solo.

—¿Coincide con aquello que pronunció Josep Solé i Barberà: «Los catalanes somos unos italianos frustrados»?
—No, pero sí que creo que los italianos son el pueblo más próximo que hay a los catalanes.

—¿Podría hacer una valoración del pacto entre CiU y ERC?
—No. Me sabe mal, pero no hablaré absolutamente nada de política. Lo lamento, ¿eh?

—¿Es casi un acto heroico presentar un libro en catalán hoy en día?
—Una cultura que tiene dificultades permenantemente, no sólo ausencia de apoyo público, sino trabas institucionales e impedimentos burocráticos... es una cultura que se quiere asfixiar.
—¿Cuánto daño ha hecho Wert?
—Wert es el ejemplo magnífico de lo que sería impensable en cualquier país europeo. Un ministro de Educación y Cultura que sea analfabeto de tres de las cuatro lenguas oficiales del estado español no pasa en ningún lugar. Tendría que aprender idiomas y ya entonces volver al ministerio.

—No hablaremos de política, pero sí de periodismo. ¿Qué le parece la portada que publica hoy (ayer para el lector) un medio nacional? ‘El Gobierno baraja destituir a Mas y suspender la autonomía de Catalunya'.
—(Risas). Es la repetición de la jugada, que se dice en fútbol, porque es lo que se planteó cuando el lehendakari Ibarretxe dijo lo mismo. Es un titular amenazante. Demuestra una vez más que el nacionalismo español acostumbra a hacer servir la fuerza antes que la inteligencia. Hasta ahora España ha sido incapaz de poner sobre la mesa ni un sólo argumento positivo, de atracción, para convencer a Catalunya de que lo mejor que puede pasar es quedarse. Lo único que han habido son amenazas, insultos, descalificaciones y guerra sucia. Nada más.

—¿Existe un argumento que pueda servir para que Catalunya se quiera quedar en España?
—No se me ocurre ninguno y mira que tengo imaginación, ¿eh?