El cineasta chileno Patricio Guzmán presentó ayer el seminario sobre documental que impartirá en Palma. | Pere Bota

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La pasión de Patricio Guzmán (Santiago de Chile, 1941) por el cine es altamente contagiosa. El cebo es la experiencia. No sólo la propia, también la adquirida por el estudio del trabajo ajeno. El cineasta visita Mallorca tras 45 años en la profesión, de títulos tan importantes como La batalla de Chile, y de reconocimientos de la talla del Premio de Cine Europeo. En Palma impartirá un seminario y asistirá al estreno de su última película, Nostalgia de la luz, mañana, a las 20.30 horas, en CineCiutat. El filme no ha encontrado distribuidor en España, un país en el que, reconoce, «no ha habido una figura documental de primer orden».

—¿El documental es una salida para cineastas en paro?
—Lo que sí ocurre es que cuando un director atraviesa una crisis, y no tiene dinero para sacar su proyecto, opta por el documental porque es más rápido, fácil y barato. El peligro es que hacer un buen documental es más difícil que una ficción, es una especialización y requiere oficio.

—‘La batalla de Chile', como trabajo, tiene historia como para una película.
—Sí, la aventura da para una película. Se rodó en medio de una guerra civil, pasé por la cárcel, conseguimos salvar todos los rollos, y viví la peripecia de pasar por diferentes países de Europa, Cuba... Hay un director francés que prepara una película sobre mí y la nieta del embajador sueco Harald Edelstam, que salvó a mucha gente de Chile o Guatemala, me pidió que hiciera una película sobre él. Esto me va a permitir hablar del salvamento de la película, porque él la salvó.

—¿Qué fue lo más duro de todo?
—A pesar de pasar por la cárcel, que fue terrible, lo más arriesgado fue el rodaje. Pasamos de la euforia a un clima de guerra, de derecha agresiva, de grupos armados. Fue una experiencia dura.

—Parece más un trabajo periodístico...
—Como documentalista te puedes permitir más lujos que en el periodismo, estamos más cerca de la cocina artística. En el documental no es necesario la ecuanimidad, el periodismo trata de acercarse más a la objetividad. Nunca hubiera entrevistado a Pinochet, no hubiera podido tratar de 'usted' a un asesino.

—¿España tiene pendiente su propia 'Batalla'?
—Sí, a pesar de Canciones para después de una guerra y de otras películas, nunca se ha hecho ese mural tan completo. Se podría hacer un monumento documental, pero también del tema de las miles de tumbas ocultas.

—¿Se atrevería a rodarlo?
—Sí, es un tema que me atrae. Conocí de cerca a Baltasar Garzón, al abogado chileno Garcés, y al fiscal Carlos Castresana y, desde entonces, me siento más cerca del tema.

—Como chileno, ¿qué opina de Garzón?
—Cuando llegó la democracia a Chile no pasó nada. La cosa se movilizó con la detención de Pinochet. La gente perdió el miedo. Eso marcó el inicio de la transición y se lo debemos a Garcés, a Garzón y a Castresana.

—No le hicieron mucho caso en España. ¿Por qué?
—A ningún documentalista le hacen mucho caso. Yo llegué en un momento en que ser 'sudaca' era negativo. Pero eso cambió.

—La memoria, como concepto, está ligada a su trabajo. ¿Sigue creyendo que España da la espalda a la suya?
—Sí, no ha habido ningún gobernante que haya dicho: 'Vamos a demoler el Valle de los caídos, y hacer lo que se hizo en Alemania o en otros países'. Hay que ir barriendo los símbolos. En Chile pasa lo mismo.