La escritora Carme Riera, ayer, ante un local cerrado de la Plaça Weyler, de Palma.

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A base de retazos de memorias, Carme Riera (Barcelona, 1948) ordena su infancia hasta los diez años en Temps d'innocència (Edicions 62, en catalán, y Alfaguara, en castellano), obra que presentó ayer en la librería Embat (Palma). Un ejercicio proustiano para que su nieta, Marina, conozca –en cuanto sepa leer– una Mallorca distinta a la que se encontrará. Son estampas de cuando la costa aún no había sucumbido al cemento, los productos autóctonos nos abastecían y la naturaleza era omnipresente. Aunque era una época en la que «casi todo estaba prohibido».

—En el libro habla del olor y el sonido de la Mallorca de entonces. ¿A qué huele y a qué suena ahora?

—Huele a turista y suena el tráfico de una manera, a veces, terrible. La de mi infancia no olía a turista, olía a naturaleza.

—¿Qué conserva de su infancia?

—A veces tengo que pelearme con la niña que aún llevo dentro, la rebelde que está criticando a la adulta y no al revés.

—¿Qué es lo más importante para usted, lo que olvidamos o lo que recordamos?

—La memoria es selectiva. A veces es necesario olvidar para seguir viviendo. Tengo una amiga argentina cuyos padres perecieron con la dictadura y ella necesita olvidar para seguir viviendo.

—En su caso ocurre lo contrario, ¿no?

—Por suerte tuve una familia estupenda, no tuve esos problemas terribles que tuvo esta chica y por tanto recordar me parece positivo porque es para enseñar algo perdido definitivamente. Ten en cuenta que mi generación vivió la posguerra y después todo lo que fue la transición y las nuevas tecnologías que han cambiado el mundo. Vosotros, los jóvenes, habéis casi nacido con eso.

—¿Cómo se afronta la crisis después de aquello?

—Con mayor naturalidad que vosotros. Nosotros éramos muchísimo más responsables. Estoy mucho más acostumbrada a no ser consumista, me educaron en eso. Y para mí eso es más fácil ahora, afrontar esta crisis.

—¿Se sienten afortunados?

—Me siento afortunada porque mi generación pensó que iba a cambiar el mundo. Franco murió en la cama pero nosotros habíamos luchado en la universidad por las libertades y pensamos, sobre todo cuando ganaron los socialistas, que las cosas iban a ser distintas, que la educación y la cultura iban a cambiar el país. Desgraciadamente, no ha sido así.

—¿Qué le falta a la generación de ahora?

—Lo tiene mal porque tiene muy pocas posibilidades, pero quizá le falta entusiasmo y la voluntad de cambiar el mundo. Creo que estamos en una sociedad de conformistas.