En la Navidad de 1983, el mundo del arte se quedó huérfano de uno de sus hijos más creativos, y que más huella ha dejado en las posteriores generaciones de artistas, y Palma perdió a uno de sus vecinos más ilustres, a quien no siempre reconoció como éste se merecía. La vida de Joan Miró se apagó un soleado 25 de diciembre de 1983, a los noventa años, tras dedicar sus últimas palabras a su esposa, Pilar Juncosa, para decirle: «T'estim molt, quiero que todos lo sepan».
Según publicó al día siguiente este diario, la familia contó que después de hablar con su querida Pilar «se durmió profundamente y su muerte fue dulce y serena».
Las reacciones a su fallecimiento se sucedieron inmediatamente en todo el mundo. En España, los Reyes, que habían inaugurado una gran exposición de su obra en sa Llotja en 1978, enviaron un telegrama en el que se confesaban «apenadísimos», lo mismo que jefes de Estado como Felipe González, Françoise Miterrand o Sandro Pertini. El funeral por el alma del artista se celebró en la parroquia de Sant Nicolau, presidido por el obispo Teodor Úbeda, y asistió el entonces ministro de Cultura, Javier Solana. Posteriormente, sus restos mortales fueron trasladados al cementerio de Montjuic, en Barcelona para recibir sepultura al lado de sus padres. Miró había dejado escrito que a su muerte no quería honores y glorias. Según cuenta Pere A. Serra en el libro Miró y Mallorca , el deseo del artista era claro: «Que las honras fúnebres se celebren en la intimidad y que la homilía se oficie en catalán 'pero en un catalán que lo entiendan todos los presentes'». La importancia de su figura y de su legado artístico hicieron inviable que el hecho pasara desapercibido.
Entre quienes se trasladaron a Son Abrines al conocer la noticia del deceso, Camilo José Cela fue de los primeros: «Era una de las primeras figuras de la pintura de todos los tiempos y tanto para España, como para Mallorca, [su muerte] representa una pérdida irreparable», declaró.
Miró quiso trabajar hasta el final y en agosto de 1983 decía a Pere A. Serra: «Me esperan dos libros para ilustrar, dos esculturas monumentales...ya no puedo perder el tiempo, el tiempo ya no me sobra». En noviembre salió por última vez de su casa para visitar un mural que habían colgado en su honor en la calle Colom con motivo de una exposición en 4Gats. A partir de ahí, su vida «se fue apagando como una vela», en palabras de Luis Juncosa, su cuñado y médico.
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