Algunos de los bailarines que asistieron a una clase de ballet en la escuela de danza Pasodos, en Palma. | M. À. Cañellas

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«Aquí la tradición cultural en relación a la danza es nula», afirma rotundo Jordi Arnau, bailarín profesional catalán de 23 años, formado en Inglaterra, que se ha instalado en Mallorca a propósito del montaje Romeo y Julieta, el 7 y 8 de junio en el Teatre Principal de Palma. Atraído por las artes marciales, Arnau cita a Jean-Claude Van Damme, Jackie Chan o Arnold Schwarzenegger como practicantes de la danza. «Es muy completa, con resultados buenos para el cuerpo, pero si aquí a un niño cuando lo quieres apuntar a ballet le llamas maricón... yo iba a tres peleas diarias en la escuela Y no porque no lo soportaba o porque fuera homófobo. Simplemente porque me parece ofensivo que te califiquen así porque te gusta bailar. Es estúpido, es ignorancia».

El ballet es una disciplina que no solo atañe a mujeres. Gavin de Paor, profesor de la escuela Pasodos, confiesa que los bailarines «son realmente atletas». En Rusia, donde desarrolló su aprendizaje, no existe este tabú que engulle al ballet.

Sin embargo, en Mallorca «hay chicos a los que les da miedo decir que bailan ballet por si reciben insultos. En grado profesional sólo somos tres», continúa Toni Cañellas, alumno del Conservatori. «La educación puede eliminar este cliché», asegura De Paor. «Nosotros [Pasodos] tenemos un proyecto educativo y siempre intentamos invitar a escuelas para que vengan a ver el ballet con sus familias».

José Guillermo Picó, bailarín de 18 años, recibió una beca en Florida tras su actuación en el IV Certamen Internacional de Danza Ciutat de Barcelona.

Presión

«Considero que a muchos chicos les gustaría bailar danza pero la presión social no les permite dar el paso», reflexiona Picó. «Aquí haces ballet y se meten contigo pero te vas a Dinamarca y hay más presencia masculina. Falta una evolución de la sociedad, que debe darse cuenta de que es una danza tanto masculina como femenina», sentencia.