Los artistas del grupo de música La Granja

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Sus canciones entablan un diálogo con el pop mientras hurgan en las angustias más profundas. Nada nuevo bajo el sol, son tan solo el reflejo de muchas y variadísimas influencias, pero esa forma de releer la soledad, la injusticia, el amor y su ausencia han transformado a La Granja en una banda especial, 'uno de los nuestros', que diría Jimmy Conway. Clausurarán el escenario de la Plaça de Cort en las próximas fiestas de Sant Sebastià, el 19 de enero a partir de las 23.30.

En tiempos de aspirantes a Coldplay, divas sin enjundia y folk anodino, La Granja nunca ha sido light, y eso les honra. Han mantenido el tipo, a contracorriente. A su pop espinado no le falta inspiración, y es que Miquel Gibert nunca buscó las musas en la persecución de una juventud eterna, se ha aceptado a sí mismo mirando hacia dentro: «hace treinta años que estamos en esto, y he sido como tres personas distintas en todo este tiempo.

Las letras que escribía en el ochenta y siete poco tienen que ver con las de ahora y viceversa», asegura. Diez años han transcurrido desde 'Tobogán', su último disco de estudio -un luminoso tratado de melodías ajenas a la sorpresa, pero de una honestidad indiscutible- y la pregunta es obligada: ¿para cuando nuevo material?: “Tenemos nuevas canciones pero hay que grabarlas, y en las circunstancias actuales es difícil porque nuestros ensayos se reducen a los días previos a una actuación. Aunque el material está ahí y está ensayado, antes o después lo sacaremos”. Los mallorquines son una de las principales referencias que se desprenden de un cartel de revetlas nuevamente polémico, cuantitativamente abundante pero cualitativamente deficiente, “los medios económicos son los que son. Siempre se puede hacer mejor pero también se podía haber hecho peor, creo que está en un término medio”, concluye.