Imagen actual de los vitrales de la Capella de la Santíssima Trinitat, que van a ser restaurados. | Joan Torres

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«Los sectores más conservadores del Cabildo y la sociedad del momento» serían los artífices de que Joan Miró no dejara su impronta en la Catedral a través de los vitrales de la Capella de la Santíssima Trinitat, la más importante del templo gótico. En esta idea coinciden Pere A. Serra, presidente de honor del Grup Serra, que fue amigo de Miró y avalaba el proyecto, y el periodista mallorquín Josep Massot, de La Vanguardia, quien, en 1992, hurgó en la memoria de los que en su día estuvieron al tanto de la frustrada iniciativa.

En aquel tiempo (1978) la Mallorca «más conservadora no creía en Miró, pensaba que su pintura era infantil y todos esos tópicos; del Cabildo, el más visionario fue Baltasar Coll», asegura Massot.

El canónigo Baltasar Coll quiso ‘fichar' a Miró para que diseñara los vitrales de la citada capilla, un hecho que queda patente en las notas de su puño y letra encontradas entre sus papeles por los investigadores Catalina Mas, conservadora del Patrimonio de la Seu, y Francisco Copado, director de la Fundació Pilar i Joan Miró.

Pere A. Serra opina igual que Massot cuando habla del desapego a quien, entonces, ya era un artista reconocido internacionalmente. Para certificarlo cuenta una anécdota reveladora: «Cuando, el día de Navidad de 1983 falleció Miró, me telefoneó el gobernador y me dijo: ‘Me llaman de Madrid para contarme que Miró ha muerto, ¿sabes dónde vivía?'». Según Pere Serra, «en el Cabildo había más de uno y de dos que no le querían porque opinaban que era agnóstico; yo hablé de los vitrales con el obispo Úbeda, estaba enterado», añade.

Sin embargo, Miró sí creía en la existencia de un ser superior, lo que valoró favorablemente Coll, como reflejan sus escritos.