La torre de sa Calobra, en el municipio de Escorca. | Redacción Cultura

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Igual que sucede con los molinos del Pla de Sant Jordi, las torres de defensa de la costa son elementos que dibujan el paisaje natural y forman parte del patrimonio histórico e inmaterial. Sin embargo, a pesar de su interés para contar la historia de Mallorca, han sufrido el desinterés de sus propietarios y administraciones públicas a lo largo de años y años de abandono. Por suerte, ambos conjuntos están ahora en el punto de mira del Consell, que se ha propuesto recuperarlos. En el caso de las segundas, la rehabilitación se llevará a cabo en 27, que son las que se mantienen en pie, mediante un programa de conservación dotado con 500.000 euros en especies que se pondrá en marcha en cuanto se publique en el BOIB, lo que sucederá en días.

El plan de Patrimoni Històric las contempla como un conjunto de elementos «que forman parte de un sistema defensivo» y las 26 que lo integran salen del inventario del Instituto de Patrimonio Nacional, según explicó Kika Coll, directora insular del citado departamento.

Una vez que se publique en el BOIB, se espera que sea en los próximos días, los particulares y ayuntamientos propietarios de estas construcciones podrán optar a subvenciones en especies para iniciar la restauración de las mismas.

El Consell redactará los proyectos de rehabilitación y pondrá la mano de obra para ejecutarlos, mientras que los titulares deberán aportar los materiales, transporte y tramitar las licencias. Será un programa a cuatro años, que culminará en 2020.

Cabe recordar que las torres de defensa cuentan con la máxima protección del Estado desde 1949 y de la comunidad autónoma desde la aprobación la Llei de Patrimoni, en 1998, que las declaró Bien de Interés Cultural (BIC).

Coll reflexiona que, aunque cada torre «tiene importancia en sí misma», el «valor añadido es considerarlas en conjunto». Se trata «de un patrimonio con interés material e inmaterial porque forma parte de un sistema defensivo» de la costa de Mallorca durante siglos que, además, lleva aparejado un oficio, el de torrero, destaca Coll, y la manera en que este se desarrollaba, lejos de las poblaciones en la mayoría de los casos: quiénes lo ejercían, cómo vivían o se abastecían de agua y comida, cómo avisaban en caso de peligro, entre otros aspectos.