El actor Albert Boadella, durante una de sus actuaciones. | Albert Boadella

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Albert Boadella (Barcelona, 1943), escritor, director y dramaturgo, conocido por ser uno de los fundadores de la compañía Els Joglars hace más de 50 años y, más recientemente, por nombrarse presidente del país ‘inventado' Tabarnia, aterriza en Palma con su espectáculo autobiográfico El sermón del bufón. Lo representará en el Auditórium de Palma los días 8, 9 y 10 de noviembre, a las 20.00, y el 11 de noviembre, a las 19.00 horas.

¿De qué trata la obra?
—Es un monólogo que definiría como un canto a la libertad, en el que expreso mis pensamientos y sentimientos. Son una especie de memorias teatralizadas, con fragmentos ilustrados de obras de Els Joglars, donde trato con personajes con los que he compartido algún momento. Por ejemplo, recuerdo mi primera entrevista con Jordi Pujol o con el rey emérito.

¿Cuál fue el legado y el papel que jugó Els Joglars durante la Transición?
—Creo que tuvo un papel muy relevante en el mundo teatral, en cuanto a la libertad de expresión. Teníamos una mirada amplia y actual del teatro, y una comunicación directa con el público ya que tratábamos cosas esenciales y aspectos importantes de la sociedad y muchas crearon un gran revuelo, tanto que sufrimos juicios y cárcel.

¿Era más fácil hacer teatro antes ?
—Cuando empecé era muy difícil. Era una actividad con muchas dificultades porque existía el problema de la censura. Teníamos que decir todo entre líneas. Ahora la libertad de expresión alcanza cotas más altas y las ayudas por parte de la administración son mayores, pero parece que mi gremio no tiene en cuenta esta libertad porque todos dicen y piensan lo mismo, hay poca pluralidad. En eso hemos perdido.

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¿A quién va dirigido lo de bufón?
—Mi tribu catalana, para ridiculizarme, siempre me ha llamado bufón, desde hace más de 20 años. Para mi es un elogio, es como mi título nobiliario. Es una labor terapéutica e higiénica por la que el Ministerio de Sanidad debería darme un reconocimiento.

Siempre ha demostrado un espíritu crítico, ¿es de los que se ríen de todo?
—Me río de lo que vale la pena, pero hay cosas que no lo merecen, como un atentado. Miro la vida con la distancia que el humor necesita. Para reírse de uno mismo, como yo hago en la obra, hay que tomar cierta distancia.

¿La realidad y el esperpento de la sociedad son la mejor fuente de inspiración?
—La realidad siempre me ha inspirado, tanto que, a veces, la he copiado. Todas mis obras se basan en la realidad. No he practicado la fantasía porque nunca reproducirá cosas tan maravillosas. En parte lo he demostrado con Tabarnia, un alegato contra la claustrofobia de lo que allí sucede. La secta catalanista no tiene humor, pero nosotros somos el espejo ante el ridículo del nacionalismo catalán.

¿Cuáles son los siguientes proyectos de Tabarnia?
—Habría que preguntar a los nacionalistas y la próxima patochada que vayan a hacer para nosotros emularla. Siempre actuamos según sus acciones, es una actividad didáctica. Los últimos años han sido claustrofóbicos para la mayoría no nacionalista.