¿Qué le ha permitido irse al futuro?
—Existe una tradición de narrativa sobre el futuro que se bifurca entre las novelas utópicas y las distópicas. He hecho una mezcla de los dos tipos. Se me ocurrió proyectar dilemas que ahora tenemos, como la emigración, la robotización o el transhumanismo, que llegarán a ser muy importantes. Quería reflexionar sobre los límites de alterar la naturaleza humana.
¿Cómo se le ocurrió la idea?
—Trabajaba en una novela sobre un momento apocalíptico en el que todas las religiones se habían unificado y la conciencia de esta religión estaba en un monasterio en órbita. Un día, saliendo de un taxi, se me ocurrió la primera frase de esta nueva novela, que me permitió unir los dos proyectos. Barcelona aparece como una ciudad estado, porque ya no hay países. Doy por hecho que la tecnología solventa el problema del cambio climático. El problema del islam queda resuelto por una guerra entre chiitas y sunitas. Es un poco para provocar. Tenemos seres humanos, entre los que quieren mantener la conciencia, que son los pantocrátores. Son los disidentes.
¿Y los robots?
—Después están los robots y, finalmente, los androides que desean ser humanos. No hay ordenador que pueda convertirse en la conciencia de la humanidad porque implicaría distinguir entre el bien y el mal.
La muerte es un dilema fundamental de la novela.
—La mortalidad es la alteración más radical de la naturaleza. Esta sociedad del 2101 practica la desmemoria. Lo que recordamos nos permite decidir si algo está bien o mal.
La ciudad de Barcelona da título a la novela, pero podemos considerarla un personaje secundario.
—Sí, podría ser otra ciudad. Al describirla, sobreentiendo que se entenderán las transformaciones, como un inmenso barrio asiático, cambios geopolíticos y estratégicos, y un cierto primitivismo. La violencia es muy primitiva. Es una contradicción. A mayor progreso científico, también hay más violencia. Las instituciones y los sistemas sociales tratan de poner fin a la violencia, pero es parte de la naturaleza humana.
En su libro, las religiones se unifican.
—Hay un intento de síntesis de todas las religiones. El protagonista entra en un convento, en una plataforma petrolífera de la costa africana. Ahí, la lucha es constante y sanguinaria entre las distintas facciones religiosas, porque en el fondo nadie quiere renunciar a los aspectos más fanáticos de su religión.
La Máquina es, en realidad, la nueva religión.
—Uno de los dilemas del libro es ver hasta qué punto se puede eludir el control todopoderoso de la máquina.
Crea todo un nuevo vocabulario, por las invenciones técnicas, además de un lenguaje lleno de anglicismos.
—En una sociedad tan fragmentada como la que explico en el libro, era obligado que el lenguaje también estuviera fragmentado. Los que se inventan un nuevo lenguaje son los humanos, no tanto las máquinas. Si tengo que traducir el libro al castellano, voy a tener un problema. Ya me inventaré algo.
La tecnología evoluciona, pero el amor parece llevar un curso más universal.
—El hilo conductor de la narración es una historia de amor que acaba bien. Es el mito de Orfeo y Eurídice. Orfeo era músico y mi protagonista toca el saxo. La relación entre padres e hijos es la de siempre.
El sexo sí cambia con la tecnología. En la novela, el adulterio se convierte en un deporte.
—La pornografía en Internet ya es un mundo infinito y, también, el amor virtual. No he sentido ninguna culpa por practicar el sexo. Sí se siente culpa con el engaño. Hay una relación entre sexo y culpa, y la mejor manera de practicar sexo es con amor porque suma, aunque no es la única forma porque si así fuera, el sexo sería muy escaso.
El matriarcado feminista del libro se estrella en el intento de establecer un nuevo orden.
—La sociedad se intenta organizar de otra manera, pero también fracasa. No hay problemas por discriminación de sexo, ni de trabajo. Sí existe la desigualdad entre robots y los humanoides, que intentan imitar a los humanos.
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