Dicen que vuelve el sonido disco, el clásico, el de Boney M, Donna Summer, Bee Gees y Village People, pero la verdad es que nunca se fue del todo. Daddy cool, Hot stuff, Stayin' Alive y Macho man llevan reventando las pistas de baile desde finales los años 70 y esa fiebre del sábado noche no afloja, amigos. A eso, precisamente, a bailar, habían ido las 800 almas que llenaban el recinto acotado de Port Adriano.
Cuarenta y dos años en la brecha. Es el tiempo que lleva en activo Village People y la receta sigue funcionando, en parte porque nada ha cambiado y, ya saben, si algo funciona mejor no tocarlo. Además, ciertos cambios en su música, indumentaria y coreografía les desvirtuarían, ya no serían los Village People que todos conocemos, esa banda que hizo de la extravagancia su razón de ser, y en cuyas filas se aglutinan seis estereotipos del americano medio: el vaquero, el motero, el militar, el obrero, el policía y el indio. Por cierto, de la formación original solo se mantienen en activo el indio y el militar, Felipe Rose y Alexander Briley, respectivamente.
En cuanto al show, lo que antes era musculatura y abdominales hoy son tripitas cerveceras, pero eso no les impide lucir como boys recién salidos de una despedida de solteras. Fire Island, un tema de 1977 incluido en su álbum de debut, alzó el telón. A continuación, un órdago bailable: Macho man. Las coreografías acompasadas, menos agresivas que entonces –ya no se echan al suelo para marcarse una tanda de abdominales– y toda la parafernalia que les rodea invitaban al jolgorio sin prejuicios, evocando aquellos tiempos ácidos revestidos de hedonismo, lentejuelas e hiperactividad nocturna.
Como no podía ser de otra forma, una oleada de nostalgia invadió el recinto –nostalgia de la saludable o traumática, ahí cada uno que apechugue con lo suyo–, pero una cosa quedó clara: en términos económicos, la nostalgia constituye un activo muy rentable.
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