El veterano artista Raphael, que el 18 de este mes ofrecerá un concierto en el Auditòrium de Palma, en una visita anterior a Mallorca. | Luca Piergiovanni - jma - EFE -

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Hay artistas y artistas, desde luego. Unos tienen fans, otros fieles. Unos cuentan con admiradores, otros con creyentes. Unos arrastran seguidores, otros devotos. Ya saben, en las divinidades se cree o no se cree, aquí no hay ciencia que valga. Rafael Martos Sánchez -Raphael para el mundo- es un coleccionista de himnos, unos de amor, otros de desamor, todos de rompe y rasga. El baladista más temperamental y excesivo de la canción española regresa el 18 de septiembre al Auditòrium de Palma con nuevo material: RESimphónico, un híbrido entre la música orquestal y la electrónica grabado en los estudios Abbey Road.

¿El mundo es un lugar más frío sin Camilo Sesto?
—El mundo es maravilloso, pero cuando falta gente que canta tan bonito si parece un poco más triste. A Camilo le echaremos de menos pero hay que mirar hacia adelante porque si no nos moriremos de tristeza.


RESinphónico es uno de sus trabajos más revolucionarios, ¿cuál fue su punto de partida?
—Conocí a Lucas Vidal, que es el nieto del directivo de Hispavox que me dio la alternativa en la música. Decidimos que teníamos que trabajar juntos y el resultado ha sido tan satisfactorio que, a partir de ahora, todos mis discos llevarán arreglos orquestales.

Dicen que el espíritu de John Lennon vaga por los estudios de Abbey Road, ¿sintió su presencia?
—Yo no le ví (risas). Es un estudio inmenso, allí te sientes parte de la historia.

¿Cómo consigue un artista convertirse en un clásico persiguiendo siempre lo moderno?
—El público me lo pone tan fácil que me atrevo con todo.

¿Se puede ser un divo de categoría sin hedonismo?
—Ser un divo tiene que ser muy pesado, yo prefiero ser normal.

¿En las distancias cortas Raphael es tan intenso como sus canciones?
—No lo sé. Soy muy normal, tengo amigos, me gusta el cine, estar con la familia...

¿Alguna vez ha pensado en arrojar la toalla?
—Mira, no te digo que moriré en el escenario porque sería muy anti estético, pero estaré al pie del cañón hasta el final.

¿Recuerda algún momento ‘tierra trágame' sobre el escenario?
—Recuerdo un concierto en Madrid en el que noté que no estaba en condiciones y me desmayé. Fue terrorífico. Pero nunca me ha vuelto a pasar.

¿Tiene la misma percepción del error propio que del ajeno?
—Con los demás soy indulgente, pero conmigo soy implacable.

Decía Dylan que al final, de tanta gente que lo rodeaba, ya no era capaz de verla. ¿Le sucede?
—No, yo tengo muchísimo contacto con la gente que me rodea, estoy muy pendiente de ellos.

Si tuviera una máquina del tiempo, ¿en qué año se quedaría a vivir?
—Me iría a 2029, tengo una curiosidad tremenda por ver lo que se cuece en esa época.

En los momentos difíciles, ¿a qué se agarra?
—A la música, si no existiera habría que inventarla.

Cuando le dijeron que siempre viviría en sus películas, Woody Allen dijo que preferiría seguir viviendo en su piso de Manhattan, ¿le asusta el paso del tiempo?
—(Risas) No, seré eterno, nunca voy a morir porque siempre quedarán mis canciones.