El escritor catalán Albert Sánchez Piñol estuvo ayer en Palma presentando su nuevo libro. | Jaume Morey

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El escritor Albert Sánchez Piñol presentó ayer su libro Homenatge als caiguts (Editorial Rosa dels Vents), durante la Setmana del Llibre en Català. En total, ochenta relatos cortos de dos minutos de duración, surgidos de su colaboración de 2006 a 2008 en Catalunya Ràdio. Un repaso irónico y optimista que pone en evidencia la necesidad de la ficción con historias como la joven que sobrevive a un accidente aéreo o el hombre que creía que iba a hacerse rico por tener un pollo decapitado que se resistía a morir. El autor de La pell freda, Pandora al Congo o Victus hace un repaso sobre la narrativa y la actualidad política vista por los pigmeos.

¿En qué consiste este libro?

—Mis intervenciones del Els Matins de Catalunya Ràdio, con Antoni Bassas, duraron dos temporadas. Era un programa de máxima audiencia. Cuando leíamos en esa sección, era cuando había más audiencia, a las ocho de la mañana. Me dijo que si quería participar. En dos minutos y medio haz lo que quieras. A mí me tocaba los jueves y los demás acostumbraban a opinar. Pero yo soy un narrador y la dificultad es contar un acto en tres actos. Tenía que condensar en página y media una historia ficcional con requisitos de un relato. Es una pequeña victoria sobre los tertulianos y lo demuestra que he publicado el libro diez años después y se aguantan perfectamente.

¿Fabular antes que opinar?

—Yo soy un narrador, no un opinador. Prefería buscar y rebuscar historias originales. Y si me gustaba a mí, le gustaría a millones. Mi editor me escuchó en la radio y por eso se le ocurrió tantos años después editarlo. Transcribimos los relatos de los archivos de Catalunya Ràdio, no los había guardado en el ordenador.

Tras varias novelas, ¿es difícil acotar una historia a un folio?

—Ha sido un gran ejercicio. En la novela hay que saber qué poner y en el cuento, qué quitar. Y saber condensar es un arte y aprender a diferenciar lo significativo de lo que no lo es. Yo no sé como sabían escribir antes del Word y el contador de caracteres. Cuando te das cuenta, se te ha ido la mano. Yo sabia que los otros que hacían esta columna improvisaban y yo no podía. Yo me lo tenía que currar mucho. Escribir es reescribir.

¿Todavía necesitamos historias?

—El próximo libro que publico es una reflexión sobre la narrativa. Los treinta años que llevo… No quiero que se pierda lo que pienso. El tertuliano tiende al sermoneo. Y las opiniones son como el culo: todo el mundo tiene uno. Pero en la narrativa evitas el sermoneo, siempre hay debajo una ética, pero la pone el lector. Si tú cuentas una historia en tres actos, la gente te seguirá por la fuerza de la narrativa. Un opinador solo se apoya en su autoprestigio.

Si esta sección hubiese sido a las ocho de la tarde en lugar de las ocho de la mañana, ¿habrían cambiado sus narraciones?

—Sí, porque tenía muy claro que estaba en un servicio público, que a esa hora la gente iba al trabajo y solo faltaba que al oyente lo amargara. Cada hora implica un estado de ánimo distinto. Y tienes que estar en contacto con la sociedad. Por eso hay tanta proliferación de relatos con elementos fantásticos, porque a mí me tira, y porque a las siete de la mañana la gente vas a afrontar una jornada muy ordinaria. Yo les cuento algo extraordinario para que pasen bien el día.

¿Cómo surgen tantas historias?

Si no tienes imaginación, no te dediques a la narrativa. Lo cuento en mi próximo libro. Yo vengo de la antropología y ya se ha hecho esta pregunta: ¿Qué mecanismos usa el ser humano para entrar en contacto con otras realidades? Cualquier historia tiene mucho de viaje chamánico o de inspiración mediúmnica.

Esa querencia por la fantasía ¿es una forma de contar lo vivido?

—Sí que hay un substrato debajo de cada historia, pero es de principios éticos o morales muy universales. En la historia del pollo descabezado que seguía vivo, el campesino creía que iba a hacerse millonario pero acabó arruinado por los abogados, los comisionistas, los impuestos... Es la historia de la avaricia.

¿La sección tendría más éxito ahora en Catalunya?

—Y tanto, necesitamos evasión. Solo miro el canal DMax porque estoy seguro de que no me hablarán de Catalunya. Prefiero hablar de pollos sin cabeza: es distraído y no crispa. Todo el mundo se ríe, sea unionista o independentista. Leemos para entrar en otras realidades. No hay ni un chamán que te hable de cómo hacer una tortilla de patatas.

¿HBO y Netflix serían los nuevos chamanes?

—No. Los nuevos chamanes son los guionistas de HBO y Netflix.

La pell freda habla del otro.

—Ahí hay un discurso sobre la oteridad, cómo interpretar al desconocido camuflado en ciencia ficción. ¿Qué hago con un ser tan lejano culturalmente que lo considero un monstruo? El reto es construir un relato tan poliédrico y que tenga tantas interpretaciones. La falta de empatía de nuestra sociedad explica la mayoría de los conflictos. Es como una puja: y yo más. ¿Cómo vamos a resolver esto? ¿A qué consenso podemos llegar?

¿Qué dice a esto la antropología?

—Yo me fui al Congo y conocí a los mbuti, los pigmeos. No hay una cultura más distinta a la nuestra. Tenía que aprender a pensar como ellos. Y vengo aquí y me encuentro que un tío de Madrid y otro de Barcelona no se ponen de acuerdo, cuando les gusta el fútbol, viven la misma economía, la misma cultura, el mismo sistema familiar... Ostia tú. Lo de la empatía es que uno se ponga en el sitio del otro. Es muy difícil ponerse en el sitio de un pigmeo, pero ¿de verdad es tan díficil que un tío de Barcelona no se pueda poner en la piel de un madrileño? ¿Y al revés? Ahora veo los problemas del mundo con ojos de un pigmeo y no entiendo que no se resuelvan.