En las entrañas del Teatre Principal, entre estrechas paredes y bajo el sonido incesante de las máquinas de coser, se hallan los secretos mejor guardados de Carmen, la famosa ópera escrita por Bizet y adaptada por Calixto Bieito que recala a partir de este domingo en Palma. Ese secreto no es otro que las más de cien piezas de vestuario concienzudamente diseñadas por Mercè Paloma, cabeza pensante detrás de las puntadas, nunca sin hilo, que arropan a los personajes de la ópera.
Las prendas acaban de llegar de la Ópera de París, pero su origen se remonta a un viaje mucho anterior. Uno que Bieito propuso a los miembros del equipo por el sur de España y que Paloma recuerda así: «visitamos Ronda, Málaga, cruzamos el Estrecho y vimos la frontera de Marruecos con Ceuta, etcétera y allí empezamos a diseñar Carmen».
Fruto de este periplo nace una ambientación casi colonial, limítrofe: la Ceuta de los 70 vestida en trajes que irradian el carácter amenazante y de bajo fondo de la obra, «ese aire de peligrosidad» que detalla la barrera entre seguridad y riesgo, amor y odio, cordura y locura. «La palabra que más nos marcó fue la de ‘frontera'», narra Paloma.
La figurinista también explicita la «clara alusión al franquismo (los trajes de legionarios, la iconografía española clásica, la tauromaquia) aunque, sin querer, logramos una Carmen intemporal», describe.
No obstante, si algo hay capaz de deslumbrar a esa gitana voluptuosa que es Carmen, es el dorado traje de luces del torero Escamillo. Los propios costureros del Principal explican, algo orgullosos, que se trata de un traje auténtico. «Que sea real se debe a mi tozudez por querer que todo fuera lo más realista posible», cuenta Paloma quien añade que lo único que le falta «son algunas protecciones en las piernas para garantizar la movilidad del actor».
Éxito
La Carmen de Bieito lleva sobre los escenarios desde que alzó vuelo y telón en Peralada en 1998 y su éxito es tan evidente como sus variaciones. En el extranjero, lo más esperado es el traje de torero mientras que las flamencas logran el asombro de los públicos menos habituados a sus flecos y los blancos ropajes de las cigarreras son sustituidos por grisáceas batas industriales, pero el descaro y las ansias de libertad se mantienen intactas como la mítica Habanera, que no necesita tejido alguno para que su canto brille.
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Dicen que el hábito no hace al monje, salvo en el teatro, al parecer, con el vestuario de actores y actrices.