El interés de la crítica de cine y profesora Imma Merino por la obra de la cineasta Agnès Varda se fue fraguando a ritmo pausado, como la filmografía de la directora. Un interés que ayer tomó Es Baluard Museu d'Art Contemporani de Palma con el seminario El cine como testimonio de lo real y expresión del imaginario, sobre la propia Varda y que se enmarca en las actividades paralelas a la exposición Ana Vieira. El hogar y la huida. Las conferencias impartidas por Merino, quien además presenta hoy su libro Agnès Varda: espigadora de realidades y de ensueños, son la recuperación del programa público del museo tras la cuarentena y van acompañadas del visionado de cintas de la francesa.
¿Qué relación hay entre Ana Vieira y Agnès Varda?
—En cierto momento, invitan a Varda a ir a Porto y es allí donde descubre a la artista Ana Vieira, quien le fascina. Registró el descubrimiento de esta artista portuguesa y la cita en un documental, de modo que de aquí sale la relación, pareció buena idea citar ahora a Varda desde la exposición sobre la artista Ana Vieira que tiene lugar.
¿Cómo nace su interés por la obra de Varda?
—La primera película que vi suya fue Sin techo ni ley, donde la protagonista está muerta desde el principio del filme y a partir de ahí se construye una ficción sobre qué fue de la vida de esta chica a través de las personas que llegaron a conocerla. Fue impresionante por cómo estaba construida y por los puntos de vista. Me marcó muchísimo.
Y en el año 2000 llegó Los espigadores y la espigadora.
—Sí, en esa cinta, a lo largo de 70 minutos, como quien no quiere la cosa, Varda habla del mundo a través de gente que recoge cosas que otros abandonan por necesidad. Una sociedad que es opulenta por un lado y pobre por el otro. Es una contextualización del mundo que habla de gente en ruinas pero que de alguna manera saca fuerzas para continuar tanto en un sentido material como vital y existencial.
¿Qué le impactó más del filme?
—¡La forma tan inteligente y poco discursiva de decir todo eso! Es como en la película La pointe courte, donde a través de un barrio de pescadores cuenta una historia unida a la de una pareja en crisis que se inventa ella y alterna esas imágenes con la vida de los pescadores creando un cine entre ficción y realidad, entre documento y representación.
¿Qué caracteriza su obra?
—Que es un cine hecho siempre desde la libertad. Ella buscaba siempre una forma de financiar un cine que pudiera hacer libremente, buscando nuevas fórmulas para hacer lo que ella creía que debía hacer. No reproduce ninguna fórmula comercial, sino que canta a la cosa última y personal, surgiendo una mirada propia que tanto te habla de pintura como de gente buscando en unos contenedores.
Al margen de su valor estético, ¿qué cree que perdurará y será reivindicado de su figura?
—Que el espectador es tratado de manera libre. Te muestra las cosas como son y te invita a pensar, no hace un discurso para decirte cómo tienes que pensar, sino que te anima a reflexionar. A mí siempre me ha estimulado mucho esa libertad e incluso ahora, tantos años después, continúa diciéndonos tanto.
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No basta hacer cine "desde la libertad", sino también "desde la profesionalidad" y "desde la creatividad".