¿Cómo ha sido la gira del ganador y finalista del Planeta 2019?
— Me ha sentado de maravilla: lo mejor que le puede ocurrir a un libro es que sea popular y no hay en España un premio más popular que el Planeta. Además, ahora mismo estoy escribiendo con más entusiasmo que nunca, porque siento que con Terra Alta he descubierto nuevo territorio literario, que estoy ansioso por colonizar. En cuanto a Manuel Vilas, es un gran escritor y una persona magnífica, así que no puedo imaginar un mejor compañero de gira.
Ya trabaja en una próxima novela protagonizada, de nuevo, por Melchor Marín. ¿Nos puede avanzar algo y explicar por qué ha decidido esta continuación?
— Lo primero que intento hacer cuando termino una novela es olvidarme de ella, para poder escribir la próxima. Pero en este caso me ha ocurrido algo que no me había ocurrido nunca, y es que, en cuanto terminé Terra Alta, sentí que los personajes, y sobre todo Melchor Marín, no querían irse de mi cabeza.
Hay en el libro una cierta relación entre la justicia y la capacidad de superar el sentimiento de odio.
— El debate central que plantea la novela es el que se da entre justicia natural y justicia formal. La pregunta central del libro se podría formular así: ¿es legítima la venganza cuando la justicia no nos hace justicia? La respuesta que cualquier persona civilizada daría a esa pregunta es: obviamente, no. Pero los novelistas ofrecemos placer a cambio de complicarle la vida a la gente, de mostrar que la realidad puede ser más compleja de lo que creemos, de sugerir que lo que parece obvio tal vez no lo es; en definitiva: de explorar hasta el fondo, lo que somos o podemos llegar a ser los humanos. Para esa exploración sirve la literatura. Por eso enriquece la realidad.
Agradece la disposición de los Mossos d'Esquadra de la Terra Alta. ¿Cómo fue esa disposición?
— Los novelistas mentimos con conocimiento de causa, como diría Vargas Llosa, así que, para inventar una ficción verosímil, necesitamos primero conocer la verdad. Yo no conocía la verdad de una investigación policial, y la gente de la comisaría de la Terra Alta se puso a mi disposición con una generosidad que no tengo palabras para agradecer.
Como escritor, ¿qué ha aprendido de esta pandemia?
— Todavía no lo sé.
En la incertidumbre que vivimos sobre la pandemia, dice que el miedo puede llegar a convertirse en un instrumento político. ¿Se puede llegar a cuestionar la democracia en esta pandemia?
— En España, no, o eso espero (cruzo los dedos). En otros países eso ya está ocurriendo. En todo caso, una situación tan excepcional como ésta es ideal para los tiranos o los aspirantes a tiranos.
¿En qué fase se encuentra la película del mallorquín Daniel Monzón sobre Las leyes de la frontera?
— Iba a rodarse en mayo y junio, pero el rodaje se ha pospuesto hasta finales de agosto. Ojalá (cruzo los dedos otra vez) se pueda llevar a cabo sin problemas.
Más allá de ser el autor de la novela en la que se basa la película, ¿cuál ha sido su implicación, tanto en el guion como en el propio rodaje?
— Como en todas las películas basadas en mis novelas, mi implicación es mínima; me limito a hacer lo que me piden que haga (y siento que puedo hacer): leer el guion, echar una mano con la promoción y poco más. Creo que es lo mejor que puedo hacer por la película.
Acaba de firmar el manifiesto A letter on Justice and Open Debate. ¿Son aplicables los principios de la carta en España?
— En gran parte, sí. Lo bueno llevado al extremo puede convertirse en malo; el antirracismo o la causa de la de la igualdad entre hombres y mujeres son causas justísimas: el problema es que una buena causa bien defendida es una buena causa, pero una buena causa mal defendida corre el riesgo de convertirse en una mala causa. Dicho con palabras de Albert Camus: no es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin.
¿Cómo analiza la marcha de España del rey Juan Carlos?
— Lo de Juan Carlos es una decepción para todo el mundo, empezando por los monárquicos y los juancarlistas (si es que quedan), un tremendo error que sólo se me ocurre atribuir a la vejez, a la pérdida de sentido de la realidad y a la venenosa creencia sobrevenida de que estaba por encima del bien y del mal; no es menos obvio que, en España, como en todas partes, el verdadero dilema político no es monarquía o república, sino mejor o peor democracia (como demuestra el hecho de que algunas de las mejores y más respetadas democracias del mundo son, de hecho, monarquías).
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