Carlos García Delgado, autor de ‘Queridos mallorquines’. | Jaume Morey

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El subtítulo de la segunda parte de Queridos mallorquines lo dice todo: ‘Ahora en serio'. Aunque, a su vez, tampoco hay que tomárselo al pie de la letra. El arquitecto Carlos García Delgado, autor de ambas partes con el pseudónimo de Guy de Forestier, explica que «había cosas que se quedaron en el tintero», y ahora invita al lector a adentrarse en ellas desde una perspectiva histórica que pretende dar una explicación de aquello que hace al carácter mallorquín diferente y único. Es, probablemente, el libro más necesitado para alegrar las sobremesas que se avecinan con la relajación de restricciones y el regreso de reuniones familiares.

El propio autor explicó desde el Hotel Cappuccino de Cort que «he tardado muchos años en hacer esta segunda parte porque me preocupaba estropear la primera» y no oculta que «el editor quería una continuación, pero yo me resistía».

No obstante, si ahora la tenemos aquí es porque «quería buscar una explicación más seria» basándose en una premisa de base que consiste en que «el carácter de las personas de cada sitio depende de la historia de ese mismo sitio», algo que De Forestier ha conducido hasta las últimas consecuencias y ha tirado del hilo hasta la mismísima prehistoria de las Islas.

Según su parecer, «ahora todos nos vestimos igual y las casas o los objetos que nos rodean tienden a parecerse en todo, pero la mentalidad, lo interno, eso es diferente». El caso balear no iba a ser una excepción, y el germen de esta idiosincrasia particular se remonta hasta la época talayótica, una cultura «que pesa mucho», a juicio del autor y que «ha creado un carácter en las Islas porque es algo específico de Mallorca y Menorca, sobre todo de la más grande, más poblada».

Para el autor, el hecho de que se hable de las culturas celtas e íberas en la Península y no de la talaiótica siempre ha sido algo que le ha extrañado porque «aquí solo estaban ellos. No entraba nadie más». Circunstancia que, por otro lado, también le llama la atención sobre las formas arquitectónicas de los propios talayots, que «son exactamente la forma que te saldría si quieres defenderte de proyectiles lanzados con honda», lo que le lleva a aventurar que «los poblados talaióticos se defendían los unos de los otros».

«Uro»

En la actualidad, además, De Forestier confiesa «no saber qué rasgos se pueden encontrar de aquella cultura talaótica», aunque está convencido de que los hay y sí lanza una conjetura sobre una palabra muy utilizada en la Isla, con matices según la situación y que es «prerromana», se trata del «uro», que podría ser «la última que nos queda». Por último, y «medio en broma», el autor no puede evitar ver un curioso paralelismo entre la izquierda de Rafa Nadal y el pasado hondero de las Islas, cuyo movimiento «es exactamente igual» y además sirve para explicar «cómo una isla de un millón de personas ha dado dos números uno de la ATP», en referencia también al tenista Carlos Moyà.

El «carácter mallorquín», pues, recibe en Queridos mallorquines una nueva y atrevida explicación o, por lo menos, «una anárquica» aproximación que viene a complementar y completar una primera parte que logró vender más de 20.000 ejemplares en castellano y que se tradujo al inglés y al alemán.