Ainhoa Arteta regresará a la Isla el 18 de julio. | Efe

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La voz de Ainhoa Arteta es de las que enamoran al instante. La belleza del timbre, su efusividad lírica y generosa entrega sobre el escenario son cualidades que la soprano guipuzcoana pone al servicio de un ‘bel canto' que desborda expresividad. La artista vivió un pequeño infierno cuando se contagió de COVID, pero consiguió superarlo con entereza y positividad, gracias a «un tiempo de reposo en Eivissa». Ahora, «fresca, restablecida y a tope» se dispone a asaltar la plaza del Palau de Congressos de Palma, el 18 de julio.

¿Han cambiado sus prioridades tras la pandemia?

—La pandemia nos ha cambiado a todos. Lo único positivo de esta situación es que las relaciones vitales han cogido protagonismo, creo que hemos abierto los ojos y nos hemos dado cuenta de que llevábamos una vida absorbida por el trabajo. Personalmente, he elegido hacer dos o tres óperas al año, y el resto, conciertos que me ayudarán a conciliar mi vida familiar.

¿Que el público comience a desmitificar a los artistas es producto de un relevo generacional desilusionante o de que todo es más accesible en esta era digital?

—Creo que tiene un poco de las dos cosas.

Hace años, vivimos un gran momento lírico. Estaban Alfredo Kraus, Montserrat Caballé y Teresa Berganza, también Plácido Domingo, Josep Carreras y usted misma, ¿Hay relevo a semejante constelación de estrellas?

—Hay voces que vienen pegando fuerte, el problema es el propio business de agentes y directores de teatro que obligan a que todo vaya muy rápido y temo que antes de que estén cuajados se quemen.

Ha cantado en el MET de Nueva York, el Carnegie Hall, Covent Garden y la Scala de Milàn, ¿Qué escenario le marcó más?

—El MET, porque fue algo insigne en mi carrera, fue donde se lanzó, trabajé con los mejores durante once años hasta que lo dejé por motivos personales.

¿Cómo se las apañaría la Walkiria de Wagner en este mundo tecnológico?

—Lo primero, tendría que adelgazar un montón de kilos, hoy quieren cuerpos estupendos tipo Hollywood. Pero para cantar un repertorio wagneriano hay que ser grande, hay que tener cuerpo...

Maria Callas decía que La Traviata se canta, siempre, para uno mismo. ¿Me lo explica?

—Estoy totalmente de acuerdo, pero no solo La Traviata, Maria Callas lo cantaba todo para sí misma. Es muy importante hacerlo porque una tiene que estar muy concentrada consigo misma. Cuando lo haces bien y sientes que estás a tope contigo misma es cuando el público más lo siente.

¿Qué música le relaja más que el silencio?

—Bach. Es el génesis de muchísimas cosas. Su música incorpora todo, desde el vals hasta el rock and roll.

Terenci Moix solía explicar una divertida anécdota con Montserrat Caballé: A tres horas de cantar en el Covent Garden estaba rebuscando como una loca entre las estanterías de Harrods, y él no daba crédito. ¿Le ha pasado algo similar?

—(Risas) No, cada cantante tiene su manera de enfrentarse al público. Tengo una amiga soprano que escucha rock duro antes de cantar. Yo soy muy zen, necesito dormir y llegar muy descansada para rendir.

El entorno de una gran cantante de ópera tiende a vanagloriar. Se nota incluso en el hecho de que las llaman divas… En ese entorno ¿le da miedo perder la perspectiva?

—A veces me ha pasado que me he metido tanto en un personaje que luego me cuesta salir. Pero te aseguro que al llegar a casa y limpiarle los mocos a tu hijo aterrizas de golpe en la Tierra.

¿Cuál ha sido la mayor satisfacción de su carrera?

—La estoy viviendo ahora, seguir cantando y tener muchos años aún por delante.

¿Alguna vez ha pensado qué le gustaría cantar en su despedida?

Morgen, de Richard Strauss. Se la canté a mi madre en su último año de vida, me dice muchas cosas.