Esta su primera visita a la Isla, ¿qué impresión tenía de Magaluf?
—En el Reino Unido a Magaluf se la conoce como ‘Shagaluf', y ‘shag' viene de fornicar, o sea que te puedes hacer una idea del contexto que se tiene de este lugar. Está claro que es un destino de paquete vacacional para gente más mayor que los que van a Ibiza y en el que se consume mucho alcohol. De hecho, he visto muchos gordos rapados o calvos, como yo, tambaleándose por las cales que vienen con la esperanza de encontrarse con una gorda con la que hacer lo que ya sabéis. Pero por otro lado, es un lugar precioso, con estas islas, la vista del mar, las montañas. Me parece una versión mucho más mejorada y de mayor clase que Torremolinos.
¿Cree que algunos de los personajes de Trainspotting podrían ser residentes de Magaluf?
—Creo que alguno probablemente ha venido y habría querido quedarse (risas). Puedo imaginar a Begbie viniendo aquí en su adolescencia con la ambición de abrir un bar o algo y quedarse en este lugar.
En El artista de la cuchilla retoma a ese mismo personaje, Begbie, ¿por qué él y no otro?
—No sabía realmente qué hacer con él y se había convertido en un personaje perdido que podría acabar muerto, así que quise buscar una forma de reformarle, pero dándole un tipo distinto de maldad, una violencia de sangre fría, que es la más sancionada por la sociedad. Me pareció que sería una buena parábola con lo que está ocurriendo en estos momentos porque la violencia de la calle, la de la clase obrera, se ha perdido. La de ahora tiene que ver con el control, las cámaras de seguridad, etcétera. Es un tipo de violencia de clase alta, y pensé que sería interesante que él se desarrollara en ese campo.
Efectivamente en el libro Begbie es un artista reputado, ¿por qué convertirlo en artista? ¿Cree que hay algo de psicopatía en el arte y el proceso creativo?
—Definitivamente. Sin duda el proceso creativo y el destructivo están alineados. De hecho, el proceso destructivo es una versión frustrada del creativo y creo que muchos artistas se han visto impedidos por la sociedad, la cultura o las restricciones que tenemos. Han dejado a esos artistas sin la munición para defenderse y esto ha vuelto destructivo su proceso artístico. Hay un poco de esta ambivalencia y, de hecho, en la historia vemos cómo muchos artistas han estado muy cerca de ser considerados criminales porque el proceso creativo tiene un punto que es destructivo y criminal.
Comentaba antes que Begbie era un personaje perdido, ¿le ha pasado a usted sentirse así en la vida?
—Yo estaba convencido de que me iba a morir antes de los 30 años. Era una especie de fantasía. Mi padre murió joven y yo pensaba que me pasaría lo mismo. Además, muchos amigos y familiares morían de diversas maneras y de forma abrupta: accidentes, abuso del alcohol, etcétera. Por eso me dije: Ya que voy a vivir poco, que sea bueno. Y he vivido sin límites. Así, en mi adolescencia y en la veintena, consumí muchas drogas y alcohol porque sabía que me iba a morir, pero claro, no lo sabes realmente. Por eso cuando cumplí los 30 me sentí decepcionado y me dije:¿Todavía sigo aquí? Así que pensé que mejor hacía algo con mi vida.
Comentaba antes que nuestra sociedad vive un tipo de violencia específica, ¿podría explicar a qué se refiere?
—Creo que se está dando un cambio en la humanidad porque hemos pasado de la sociedad industrializada de trabajos remunerados a otra tecnológica, pero sin un sistema político que lo apoye.El que tenemos sirve a la élite, no está a la altura del cambio social ni al lado de la comunidad. Por eso son represivos, porque ocurre lo mismo que con los sistemas fascistas y autoritarios en los que tiene sentido la represión para controlar a la sociedad. Como no saben qué ofrecer hace que la política sea violenta y represiva porque no han sabido cambiar al mismo tiempo que la sociedad ni saben adaptarse. El resultado es una violencia de tipo psicológico.
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