El escritor y actor Carlos Bardem durante un momento del festival LEM que tuvo lugar este fin de semana en Magaluf. | Emilio Queirolo

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El actor y escritor Carlos Bardem fue una de las personalidades que cerraron este domingo el festival Literatura Expandida a Magaluf (LEM) en su primera edición. El intérprete ha publicado recientemente El asesino inconformista, su siguiente novela tras el éxito de Mongo Blanco y que narra la historia de un asesino que tan solo ajusticia a políticos corruptos. Una trama que «está siendo sorprendentemente bien acogida por la gente», confiesa de buen humor Bardem, que detalló sus opiniones sobre varios asuntos de actualidad desde la localidad de Calvià.

¿Qué opina de esta propuesta festivalera? ¿Cree que la cultura tiene la capacidad de cambiar contextos sociales como el de Magaluf?
— Es un contexto curioso, pero interesante. Creo que la literatura o la cultura deben poder, primero, interesar a los residentes de Magaluf, ofrecerles algo, una actividad cultural que no se vea aquí con frecuencia o no se haya dando antes. Está bien pensar así en la gente que vive en esta zona y no solo en los que vienen de vacaciones.

¿Se llevan bien el Carlos Bardem que actúa y el que escribe?
— No hay ninguna tensión entre ellos, son muy complementarios. Actuar y escribir son dos caras de lo mismo: contar historias. Cuando actúo son las historias de otro, y las mías cuando escribo. Responde a una pasión por narrar e imaginar y he podido dar salida a esa pulsión de dos maneras diferentes.

¿Qué valor le da a la literatura en un contexto tan marcado por lo audiovisual?
— Sostener un libro en las manos hoy en día es un acto de rebeldía e inteligencia. La literatura es insuperable ante lo audiovisual porque la relación de emisor y receptor es unidireccional en lo último y bidireccional en lo primero. Por muy bien que describa un escritor, el lector pone su imaginación, pero en el cine te dan todo hecho: las caras, los escenarios.

Habla de actos de rebeldía, teniendo en cuenta el pesimismo general y que la lucha obrera parece no estar en ciernes, ¿qué actos rebeldes quedan que no hayan sido absorbidos por el sistema?
— Eso empieza por ser crítico con lo que nos rodea, rebelarte frente al discurso mainstream y recuperar nociones claras. Hay dos ejemplos de ello: la pandemia y el volcán de La Palma. Lo único que nos puede salvar del desastre es lo público. Tenemos que dejar de ser consumidores y volver a ser ciudadanos miembros de algo más grande que nosotros. Esto pasa por dejar de ser individualistas y defender lo común, que pasa por una fiscalidad progresiva. Por eso, en un mundo dominado por el aceleracionismo y la prisa, el mayor acto de rebeldía es parar, desconectar. Leer es un acto de libertad.

¿Es su nuevo libro fruto del cabreo?
— Hay cosas que sí, pero es una sátira política y ésta ha de ser cruel. Muestra lo ridículo de cosas que aceptamos de manera apresurada. Hay mucha gente que está harta de la corrupción y tiene la noción de que hay gente por encima de la ley, y que tanta gente acepte la idea de un asesino de políticos tan fácilmente debería hacernos reflexionar.

¿En este país quien la hace la paga?
— En absoluto. Cuando salen en Navidad a decir que la ley es igual para todos, evidentemente no es así. No es igual para mí o para ti que para el emérito o un político de un partido grande. En mi libro hay una voluntad de denunciar esto y es un grito de que debemos cambiarlo como sociedad. La corrupción no solo es vergonzosa, sino que mata. Es robar dinero que podría ir a hospitales, a tratamientos o a ayudar a quien menos tiene.

¿Es la corrupción un problema de manzanas podridas o es endémico?
— Es endémico, pero el problema no es tanto la corrupción sino la impunidad. Eso es lo nuestro. Que se libren y que la justicia les alcance de forma liviana como cuando a uno lo meten en la cárcel y sale por ser terminal por una enfermedad y luego lo ves tirándose de la cubierta de un yate. Eso es impunidad.

Usted también es historiador, ¿qué le diría a los nostálgicos del ‘todo tiempo pasado fue mejor'?
— El que dice eso no ha vivido ese pasado porque ninguno fue mejor. Hay un revisionismo histórico de la derecha que tiene mucho de mitológico y poco de realidad. Este país tiene cosas por las que estar orgulloso, como la vacunación, que es un parteaguas de que tenemos a avances científicos y culturales que hacen nuestro tiempo mucho mejor que cualquier pasado. Mostrar lo que ocurrió realmente en la historia, y no lo que nos han contado, no es fomentar la leyenda negra, sino acercarse con un criterio científico.

¿Nota un cambio en el hecho de que antes algunas cosas se celebraran y ahora escandalicen?
— Antes ni se mencionaban. En Mongo Blanco hablo de la trata de esclavos llevada a cabo por un malagueño del siglo XIX y hay que entender que ese era el negocio más rentable, y el dinero va a lo rentable, pero hace cien años no se hablaba de esto, pero se les ponían estatuas. Yo creo que está bien que se derrumben las estatuas de negreros, por ejemplo, o que se ponga una placa diciendo lo que hizo este señor. Uno de los grandes temas pendientes de nuestra sociedad es la memoria histórica.