Ya dijo Nietzsche, en boca de su personaje Zaratustra, que «no creería más que en un dios que supiera bailar». Ese es, probablemente, el mismo dios al que rezaría el reconocido y premiado bailaor gaditano Eduardo Guerrero, que recala en el Auditòrium de Palma el próximo 10 de febrero, a las 21.00 horas, con su espectáculo Faro, un obra creada en torno a la «poética y la estética de estos lugares» en la que el flamenco tiene una importancia capital. Guerrero, que visita Palma ya por tercera vez, se muestra «con muchas ganas» de volver a los escenarios «sobre todo después de esta situación», en referencia a la pandemia y a cómo la danza se ha visto tan afectada. A su juicio, se debe a que «parece que como la gente estaba triste, no podía ir al teatro, y a lo mejor lo acertado no era cerrarlos a cal y canto». En cualquier caso, «noto muchas ganas en el público también», incide el bailarín.
Sobre el espectáculo que le trae a Mallorca, «tierra de faros y, por lo tanto, muy apropiada», Guerrero detalla que fue la «poética y la estética visual del faro» la que le llamó la atención. Una dialéctica entre el baile y el giro luminoso de este tipo de edificio que fue «pensada para una gira al aire libre en la que se representaba frente a los faros de España, empezando en el norte y acabando en Cádiz, mi tierra». Una experiencia que fue capaz de proporcionar «momentos espectaculares con esos acantilados, los atardeceres, las estrellas de noche, ese haz de luz del faro, sobre el que se mueve el cuerpo», todo ello permitió «construir a nivel escénico y teatral» la obra con la que ahora visita Mallorca, en la que se acompaña de la reminiscencia de lo ocurrido frente a los faros del mundo, «tormentas, los amaneceres, batallas, despedidas, retornos».
La dicotomía entre la estática figura del faro y el dinamismo del baile, para Guerrero, ha de entenderse como «la movilidad a gran escala de la luz y todo el movimiento que es capaz de abarcar con ella», bañado por «el sonido del agua, que rompe con las rocas, los cambios de velocidades, etcétera», haciendo un contraste entre su figura estática y «nosotros», moviéndose al abrigo de la blanda luz que avisa a los marineros de la cercanía de la orilla. No obstante, y a pesar de toda la simbología, «se trata de un espectáculo sin guion argumental» en el que suenan «varios palos de flamenco que giran en torno a la iconografía del faro», con música y letra de gente como Joan Manuel Serrat,Horacio García, Félix Luna, Ariel Ramírez y JavierIbáñez, así como varias letras populares, con cante de Anabel Ribera y Manuel Soto.
Y a pesar de ello, de la falta de un discurso unívoco, sí existe una intencionalidad: «La de una escenografía escueta con mucho protagonismo de la elegancia del faro y sus colores para convivir la danza con su poesía». Se trata, según detalla Guerrero, «no de llegar a un puerto, sino de llegar a todos los puertos para que el público disfrute de esta fiesta de música y danza». Todo sumergido en una forma de entender el flamenco que está a medio camino entre el respeto a la tradición y las nuevas formas de ver de la juventud a la que Guerrero pertenece. «El flamenco, para mí, es que los jóvenes sean capaces de ver con confianza lo que hacemos y entender que es respetar de dónde venimos, que es fuente de inspiración, pero sin que signifique hacer lo mismo que antes.
Evolución
Si la vida ha evolucionado, lo mismo ocurre con el flamenco». Y, para rematar, Guerrero defiende que «hay hueco y espacio en la vida para todo porque el mundo es muy grande», tan solo se necesita tener un faro capaz de guiar el camino por andar, pero, también, un haz de luz tras nosotros para marcar el destino desde el que se parte, sin perder de vista nunca esa orilla que nos ve partir.
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