Precariedad, fragilidad, presión y casi nula posibilidad de atisbar un descanso. Son características comunes a casi todos los trabajadores actuales, incluidos aquellos creativos e intelectuales. Sobre sus circunstancias, que son también las de ella, reflexiona la ensayista Remedios Zafra, quien ayer ofreció la conferencia Frágiles y productivos. Contra la precariedad en Es Baluard y que disecciona esta realidad en varios de sus libros, como El bucle invisible, Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2022.
En sus libros, así como en la conferencia, habla de una suerte de trampa de la vocación, ¿a qué se refiere con ello?
—Hay formas de precariedad, algunas acentuadas con la pandemia, que llevan a una mayor precarización de la vida. Es difícil desconectar y en algunos ámbitos se da la sensación de siempre estar trabajando, lo que denomino vidas-trabajo. En ese contexto, se usa la idea del entusiasmo y la vocación donde la gente pone el sueldo por detrás de la actividad porque haces lo que te gusta.
¿Qué consecuencias tiene esto?
—Varias, como que la centralidad de sus vidas está orientada a una identidad definida por el trabajo, respondiendo a que son lo que hacen, como el artista que es artista, no hace arte, y lo es las 24 horas del día. Esto me importa especialmente porque si cedemos a esto tendemos a hacer muchas cosas pequeñas cuya única importancia es acabarlas, pero no hacerlas bien. Es como si hubiéramos cambiado el placer y la pasión que sentíamos al hacer cosas con sentido por hacerlas sin más, ocupando nuestro tiempo por los ritmos productivos.
¿Qué papel juega en todo ello las redes sociales y el estar en ellas?
—En internet se está, pero también se es. En él generamos identidad y eso me interesa como algo cada vez más regido por lo que otros llaman capitalismo escópico, que se basa en ser vistos y que enfatiza las lógicas de acumulación y que estar en internet sirve solo si se es visto y se tiene seguidores. En el caso de los trabajadores creativos, internet difumina la separación entre vida y trabajo, por lo que no descansan, y nos convierte en productores, distribuidores y lo que es peor, producto. Hemos normalizado que en las redes no nos representamos, nos exhibimos las 24 horas desde nuestro nombre, nuestro trabajo y nuestro trabajo.Esto nos hace vulnerables porque es muy duro vivir todo el día con la sensación de que en cualquier momento alguien puede opinar o dañar lo que hacemos en internet. Esta rutina de ser y estar en redes genera un bucle del que es muy difícil salir sin un desvío o un zarandeo.
¿Hay opciones de resistencia?
—Es difícil porque además creemos que elegimos estar en internet, pero todo te lleva a ello. Lo electivo se ha hecho obligatorio y cuesta presentar la posibilidad de dejarlo. Por ello hay que romper esa inercia y gestionar los tiempos, desconectar, y para ello es importante la complicidad, que los demás entiendan que la desconexión es esencial.
¿Entender que el descanso es tan importante como el trabajo?
—Exacto. Hay una gran preocupación por los empleadores por saber qué hacemos en todo momento y con el teletrabajo hay un intento por controlarnos todo el tiempo, pero no hay ningún esfuerzo por asegurar que descansamos. Es como si nos resignáramos a que eso que hemos inventado para facilitar la vida, el trabajo, la fagocite totalmente y le haga perder el sentido. Llega a un punto en el que hay trabajadores creativos que invierten las vacaciones en trabajar, pero en proyectos que les gustan.
No deja de ser autoexplotación.
—Sí y además es una que ocupa los espacios de tiempo vacíos y cierra un bucle brutal. El gran problema estructural es que nos hemos convertido en los mantenedores de nuestra propia explotación, algo que no es nuevo porque el patriarcado ya lo hace con la mujer. Llega al punto de que hay personas que solo se sienten libres un par de horas a la semana, con suerte.
¿Hay salida a esta realidad?
—Hay que contrarrestar estas circunstancias y eso pasa por ser conscientes de este escenario y que nos perturbe. Es una perturbación no inmovilizadora, sino un malestar individual primero, y colectivo después, que ayuda a denunciar algo muy llamativo: nuestra sociedad nos ofrece botones y pastillas para evitar profundizar en esta perturbación y nos da la salida rápida.
¿Qué opina de proyectos como Meta, de Mark Zuckerberg?
—Me parece curioso que en un mundo como el que tenemos, con un futuro torpedeado para la juventud, se hable de proyectos que son una hipérbole de la idea del cuarto conectado en la que recrear todo lo que se le va a privar a las clases medias y pobres que ante la falta de alternativas vitales tendrán en Meta un sustituto para la evasión.Es un complemento tan aterrador como fascinante a nivel humano y creativo, como el paso añadido a la tendencia que hemos visto hasta ahora según la cual los pobres eran los que menos acceso tenían a la tecnología y ahora son los que más conectados están.
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