El último hombre blanco (Literatura Random House), de Nuria Labari(Santander, 1979) es claramente una novela, aunque contiene grandes críticas y reflexiones en torno al trabajo, la identidad, el poder y las desigualdades por razón de género. Labari lo presentará mañana, a las 13.00 horas, en la Fira del Llibre de Palma, en el escenario de la Plaça de la Reina del Born.
«La verdad es que ha sido muy difícil construir esta novela. Mi reto era escribir algo crítico, para lo que necesitaba a una mujer que prácticamente va a transitar y aceptar un montón de lugares propios de la masculinidad. Ella cobra 300.000 euros al año, pero hace una gran crítica al sistema», detalla. «Creo que es habitual encontrarnos con críticas contra el trabajo en relación a la precariedad material, pero no tanto espiritual, ética o incluso moral. Por eso puse a una mujer con ese sueldo, para poner fin a la precariedad. A partir de ahí hablamos. Que hablara así cobrando eso es complicado, por eso necesitaba la ficción. Que un lector se olvide de que está leyendo una novela es un gran halago», reconoce.
Trabajo
La protagonista, todo un ‘hombre de negocios' de 44 años, asegura que el Trabajo –así, en mayúsculas, ha sido para ella una «experiencia queer radical», sin necesidad de hormonas ni cirugía. «No lo sabemos, pero la igualdad que tanto perseguimos y tanto nos cuesta, al final, es un proceso de asimilación hacia lugares y normas masculinas. Porque en el trabajo se aniquiló la presencia de las mujeres y, cuando abrieron las puertas, se hizo con unas reglas, con una manera de proceder que ya estaba inventada. Solo seremos invitadas si nos convertimos en chicos. Es en estos términos que hablamos de igualdad», matiza. «Pero hay una doble trampa. No toda la masculinidad es un privilegio y el machismo también castiga a los hombres. Un buen ejemplo es la guerra de Ucrania, en la que ellos directamente no pueden salir del país porque tienen que quedarse y luchar. Y les parece natural, a ellos y a todos los columnistas europeos. Es un deber masculino. Igual que las mujeres tenemos el deber del cuidado. Esas estructuras se van rompiendo, las hemos reivindicado más nosotras, pero siguen sucediendo cosas horribles. El trabajo es el territorio simbólico de aniquilación de lo femenino».
La narradora afirma que todo el mundo lleva un hombre en su interior, pero también hay una mujer en todo hombre. Lo que pasa, justifica, es que los hombres ni siquiera se dan cuenta de ello y ni se han despedido de su parte femenina. Y no es suficiente con echarse colonia o depilarse el pecho. «Ellos tendrán que encontrar su ola feminista o de reivindicación de la igualdad. Reconquistar lo perdido. Muchos hombres viven en una parálisis emocional, tienen falta de amor en el cuidado; impera le necesidad de éxito y de competitividad. Son valores muy masculinos y son los que rigen en el mercado», concluye.
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