La escritora y periodista Llucia Ramis, en una fotografía de archivo. | Carles Domènec

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«Això no és una autobiografia», asegura una nota introductoria de Tot allò que una tarda morí amb les bicicletes de Llucia Ramis (Palma, 1977), obra que publicó en 2013 con Columna y que ahora forma parte de la incipiente Col·lecció Compactes de Anagrama. Ilustra la portada una fotografía que evoca una infancia feliz en la Isla, concretamente en Son Prohens (Felanitx), donde la autora pasaba el mes de agosto con sus abuelos belgas acompañada de sus dos hermanos. Después de Sant Jordi, la escritora avanza que habrá nueva novela.

¿Por qué decidió reeditar esta novela?
— Cuando salió pasó un poco desapercibida y resulta que es una de las preferidas de la editora Isabel Obiols. Así que cuando decidieron lanzar la Col·lecció Compactes pensaron que era un buen momento para recuperarla. La primera vez que la reedité fue para la traducción que hice yo misma al castellano para Libros del Asteroide. En la primera versión en catalán, todos los nombres eran inventados, tanto los topónimos como los nombres de los personajes. Después, en castellano, opté por incluir los nombres reales de los lugares. Finalmente, en esta nueva reedición, también los nombres de los personajes son los reales.

¿Qué importancia tiene este libro para usted?
— Fue la primera vez que cambié un poco de registro. Dicen que todos mis libros son generacionales y este lo es también. Los dos primeros tratan más de Barcelona y de la gente de mi generación. En cambio, en las bicicletes, así como también en Les possessions [Premi Llibres Anagrama 2018], me centro en generaciones pasadas, en la vida de mis abuelos y de mis padres. En estos me pregunto quiénes eran antes de que yo naciera. A menudo pensamos en ellos desde nuestra perspectiva, pero me interesa saber cómo eran antes de que yo naciera. En las bicicletes realicé la primera exploración de mi propia familia, de preguntarme cómo he llegado hasta aquí.

Asegura que no es una autobiografía, pero la novela tiene un tono muy confesional e íntimo.
— No es un libro de pornografía sentimental. Cuento cosas íntimas, pero no interioridades. Voy con mucho cuidado con eso. En la intimidad puedes explicar cómo funciona una estructura familiar, como es este caso, pero sin sacar trapos sucios, rendir cuentas ni hacer daño a nadie. Es un libro de amor a mi familia y a Mallorca. La nota de ‘no es una autobiografía’, que recuerda a Magritte y a su pipa, es para que quede claro que se trata de un retrato o de una crónica familiar más que de una autobiografía. Escribo más sobre mi familia que sobre mí misma. Por otra parte, está claramente basado en Lèxic familiar de Natalia Ginzburg. Cuando publiqué Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys un amigo me dijo que le recordó mucho a esta obra de Ginzburg, entonces la leí y me dije: ‘Esto es lo que quiero hacer, hablar sobre la manera de comunicarse de la familia, su vocabulario íntimo’. Así que, volviendo a la pregunta anterior, las bicicletes representó un cambio de lo que había hecho hacia lo que quiero hacer.

Portada de la reedición de Anagrama de 'Tot allò que una tarda morí amb les bicicletes'.

Puede que tampoco importe si lo que narra es real o no. ¿Estamos demasiado obsesionados con este tema?
— La verdad es que no, no importa. A los cantantes no les preguntan si las canciones que cantan o escriben son autobiográficas o no. O incluso a los poetas. ¿Por qué siempre tenemos que identificar autor y narrador? La autoficción está en las redes sociales, donde sí te inventas quién eres; lo otro es literatura. Además, la realidad es inabarcable. Las familias son más complejas que esto.

La narradora huye hacia sus orígenes porque necesita empezar de cero, aunque sabe que eso no cambiará ni su presente ni su futuro.
— Ella necesita un relato para entender cómo ha llegado a esta situación, de encontrarse con 35 años, sin trabajo, sin dinero y sin pareja, teniendo que volver a la casa de sus padres. Mis cuatro novelas están ubicadas entre 2008 y 2010, cuando estalló la crisis. Creo que es un momento en el que se supone que, con la vida adulta, tienes que tener unas prioridades que no estás preparada para asumir o que no tienes recursos para hacerlo. Todo eso genera una angustia brutal y no tenemos referentes de lo que nos ha tocado vivir. La narradora de las bicicletes busca esos referentes en la propia familia.

La nostalgia rezuma en las páginas de este libro. ¿Es Llucia Ramis una nostálgica?
— Ahora mismo la nostalgia tiene muy mala fama porque se supone que te mantiene inactivo, te impide querer cambiar las cosas. Ese es el punto de vista de los antinostálgicos. Pero los nostálgicos tenemos la suerte de poder recordar con amor, de tener recuerdos bonitos de lo que hemos vivido y eso es algo que nadie nos podrá quitar, que te acompañará toda la vida. La nostalgia es algo doloroso porque no lo tienes, y eres consciente de ello, pero reconforta el saber que no te lo podrán quitar, aunque no puedas volver físicamente a ellos. O sí, a través del paisaje, pues te permite evocar recuerdos. El problema es que es que el paisaje no siempre se mantiene y eso es lo que pasa claramente en Mallorca: perdemos la posibilidad de amar un lugar, porque nos cuesta más recordarlo y evocar el recuerdo. Solo lo puedes recordar en las fotografías, pero no sirve de nada. La nostalgia para mí no es negativa, sino positiva, pues recordar el pasado con amor te puede dar fuerza para intentar conservar ese lugar o esa tierra. Mientras tengamos recuerdos hay esperanza, aunque cada vez tendemos menos a tenerlos. No tener futuro hace que tengamos la sensación de no tener un pasado. Todo es muy presentista e inmediato.

De hecho, hay mucha crítica a la sociedad, a la educación, a la política...
— Hay mucha crítica porque nadie sabe defender Mallorca. Me sorprende terriblemente que el gobierno actual actúe igual o peor que los demás. ¿A quién tenemos que votar entonces? Nadie protege Mallorca salvo entidades como el GOB, por ejemplo. Al final convertiremos Mallorca en un elemento literario, en una construcción nostálgica, y no debería ser así. Siempre se nos ha hecho creer que la corrupción no nos afecta, pero lo hace y de lleno. Existen todo tipo de explotaciones sin límites, ahora está el turismo, que es uno de los negocios más precarizadores del mundo. No hay ningún partido político que haga nada, es como si estuviera aceptado que las cosas fueran así. Es verdad que la mentalidad va cambiando y cada vez hay una conciencia mayor, pero si los que mandan no hacen nada, de poco sirve que haya ese cambio de conciencia.