Viendo las pintas que se gasta, más de uno cambiaría de acera al verlo llegar. Otros, en cambio, se abalanzarían sobre él para pedirle un autógrafo. A sus 60 años, Robe Iniesta es una de esas personas que desprenden un je ne sais quoi que seduce o crea rechazo, no hay medias tintas.
Despojado del corsé de Extremoduro, con una banda con la que le place tocar, tal como afirmó a este periódico, este irreverente poeta del desencanto se plantó sobre el escenario de Son Fusteret para presentar las canciones de su último larga duración, titulado Mayéutica, una obra que desafía las tendencias de la música actual reivindicando a los filósofos clásicos.
Sus canciones parecen vivir al borde de la ley, como una acumulación de pecados capitales sin redención posible. Fiel a su línea desmedida e insolente, fue desgranando la parte más significativa de su repertorio, entre la velocidad y rotundidad de sus planteamientos.
Robe dejó claro que, pese a jugar en solitario, su propuesta sigue estando muy bien situada. Rock de manual, del de siempre, escanciado con su voz ajada, rota, un registro enemigo del paladar esteta, pero que seduce con su sinceridad aplastante.
Público
Luego está la inmensa respuesta del público, fiel como pocos, que se sabe hasta las comas y se identifica con lo que oye hasta abandonar su identidad individual para crear una colectiva. Ese tipo de fanatismo que pone la piel de gallina. Todo ello forma parte de un convincente espectáculo, que nos devuelve la fe en el rock en esta era de sonidos sintéticos. Rock con corazón, rock peleón, rock que nos hace pensar que no todo lo que sale de un altavoz es desechable.
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