Hay categorías y recovecos del lenguaje que se resisten a su definición. Es más, hasta podría decirse que delimitarlas implicaría su muerte. Son regiones del conocimiento huidizas y resbaladizas sobre las cuales es harto difícil colocar una bandera de conquista. El vacío es, precisamente, una de ellas. Como le ocurría a San Agustín con el tiempo, que sabía lo que era hasta que alguien le preguntaba qué era, el vacío, que se define por lo que no es más que por lo que es, se nos escapa.
Ante el «exceso de silencio» surge la intuición personal de Amador Vega (Barcelona, 1958), doctor en Filosofía por la Universidad de Friburgo que este lunes presentó en el Estudi General Lul·lià su libro Tentativas sobre el vacío (Editorial Fragmenta) junto a la secretaria general del centro, Sílvia Ventayol, y el artista Perejaume. En esos textos, Vega se fija en Ramon Llull, figura que ha estudiado durante años. Es por ello, en parte, que la presentación se llevó a cabo en el Estudi General Lul·lià, que se adentra en una nueva etapa y que en breve verá una instalación del artista Perejaume. «Lo mío es un preámbulo, la verdadera presentación será lo de Perejaume».
Vega y Perejaume han trabajado juntos alguna vez ya en su buceo por «los retos epocales», aquellos que se dan al tiempo, «pero con lenguajes diferentes» como la filosofía, la ciencia o el arte. No obstante, advierte de que «cuando pongo en paralelo místicos medievales como Eckhardt con artistas contemporáneos no es porque quiera encontrar a Perejaume en Ramon Llull, sino porque quiero encontrar en Ramon Llull elementos de la obra de Perejaume». Sobre este último, de hecho, Vega alaba su «creatividad» y su capacidad «por tener intuiciones y entrar en la mente de gente como el propio Llull que pocas veces he visto». De hecho, la complicidad con Perejaume se remonta a varios años de contactos y trabajos conjuntos, pero aún anterior es su relación con Llull, «personaje multifacético del que hoy diríamos que se dirige a diferentes públicos».
«Arte auténtico»
Pero regresemos al tema del libro: el vacío. Para Vega, «cuando no hay nada que decir ni se puede hablar, nos encontramos con el vacío», pero en su caso no es una simple ausencia: «Me he dedicado a místicos medievales, barrocos y contemporáneos que tienen intuiciones sobre la nada, el vacío, como definir a Dios como abismo, que son fruto de experiencias muy intensas, y ahí enlazo con el arte abstracto, por ejemplo, que ha hecho tentativas de representar esa nada a través de un monocromo negro o blanco, y creo que aparece una gramática muy semejante», detalla. Es ahí cuando se crea un «arte auténtico», uno que «no tiene que ver solo con la belleza, sino también con la bondad y la verdad». Uno que solo desde este autovaciado del sujeto artístico puede alcanzar una dimensión nueva.
No obstante, aprehender esa vacuidad no es tan sencillo como adentrarse en ella y ya, sino que «primero hay que vaciar el vaso, porque si lo tenemos lleno, no cabe nada más». A través de este ejercicio, esta apertura a las posibilidades, se alcanza la «gracia», entendida religiosamente o no –como en el arte, por ejemplo–, capaz no de llenar, sino de presentar aquello desconocido.
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